por Damián Argul, desde Carrasco, Uruguay
Separada de Punta del Este 40 kilómetros, se trata de una península que penetra en el océano y fue en sus orígenes pueblo de pescadores.
Con los años, merced a mejores rutas y algunos puentes – léase conectividad - y la presencia del chef argentino Francis Mallmann, José Ignacio fue ganando notoriedad pero supo mantener su charme. Quien a nuestro entender mejor lo ha definido fue Paola Singer del New York Times: “Un lugar donde se esconden los Ferrraris” o sea un lugar de alto nivel donde la ostentación, el lujo excesivo están mal vistos.
Ahora esa excelente publicación de viajes, dirigida al consumidor, que es Condé Nast Traveler ha distinguido entre los 50 mejores resorts del mundo a Bahía & Playa Vik de José Ignacio, que junto con el Uique Garden Hotel & Spa, Mairiporã, Brazil y el Hangaroa Eco Village & Spa, Isla de Pascua, Chile, comparten esa lista con exclusivos resorts de Seychelles, Puerto Vallarta, Yucatán, Colorado Springs, Bali, Maldivas, Myconos, así como las mejores reservas privadas de África.
Reflexionando sobre esto y otros comentarios aparecidos en la prensa internacional podemos deducir que, sin desconocer los numerosos atractivos de este “pueblo-resort”, que la tranquilidad y la exclusividad son los elementos más valorados.
Aunque la palabra “exclusividad” no suene políticamente correcta es una obligación aprovechar el creciente prestigio de José Ignacio, ya que redundará en beneficio de toda la comunidad, comenzando por Punta del Este que tanto trabajo da.
Mantener el equilibrio entre popularidad y tranquilidad requiere un cuidadoso trabajo.
Cerrar el paso a la “sobredosis de hormigón”, que desde este medio se reclama, debe ser innegociable.
Incluso cuidar y fomentar la armonía y el estilo del lugar, sería muy conveniente.
Ni hablar de los servicios básicos y de seguridad.
Todo esto lo hemos visto aplicar en otros países. Solo requiere inteligencia, trabajo y voluntad política.
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