«Un verano chino», China no es país para cruceros
Miércoles, 27 Julio 2016 19:00

Javier Reverte, autor de «Un verano chino. Viaje a un país sin pasado». Javier Reverte, autor de «Un verano chino. Viaje a un país sin pasado».

Con el libro «En un biombo chino», de Somerset Maugham, como brújula inspiradora, el veterano escritor y aventurero Javier Reverte viajó a China en el verano de 2012 para surcar el Yangtsé, el gran río de Asia y uno de los más largos del mundo tras el Amazonas y el Nilo.

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Pero según señala el diario ABC de España, después de dos viajes periodísticos al gigante asiático en 1978 y 1987, encuentra que ya no queda romanticismo oriental en esta China globalizada del siglo XXI. Tras casi cuatro décadas de apertura al capitalismo y frenético desarrollismo, aterriza en un Pekín cubierto por una espesa nube de contaminación que impide que se vea el sol y paralizado en el atasco permanente.

 

Por su mugre y su asilvestramiento, la sociedad china parece desagradar tanto a Reverte que solo así se explica que cometa varios descuidos garrafales en un escritor de su prestigio, como llamar «huans» a la mayoritaria etnia «han» y «urgures» a los «uigures» de Xinjiang.

 

«En destrucción»

 

De la mano de Xiao, una guía local con más mentalidad española que china, Reverte se adentra con otro compañero de fatigas en un país en construcción, aunque sería más apropiado decir «en destrucción», de su pasado y su naturaleza. «Mi país es feo de cojones», llega a decir la deslenguada guía.

 

En literas a bordo de trenes arcaicos, atestados de ruidosos pasajeros que sorben sus «noodles» (tallarines) y empuercan los baños, recorre la China gris de la polución, las minas de carbón y las fábricas desvencijadas, y luego la China marrón de la desertización en su camino hacia las fuentes del Yangtsé en la región del Tíbet.

 

Burlando controles policiales, porque la zona permanecía entonces cerrada a los turistas extranjeros tras la revuelta tibetana de 2008 y las inmolaciones de monjes budistas contra el autoritario régimen chino, llegan hasta el lugar donde se forma el gran curso del río. Y, en este lugar de naturaleza salvaje, por fin hallan un remanso de paz, belleza y aire limpio.

 

Su viaje continúa luego por la legendaria Garganta del Salto del Tigre y por idílicos pueblos de la provincia de Yunnan como Lijiang, del que el autor se enamora pero sitúa erróneamente en la vecina Sichuan. Pasado este oasis, su expedición se torna una odisea en cuanto el Yangtsé se hace navegable y recorre las infernales megalópolis que crecen en su ribera.

 

Tribu salvaje

 

«A menudo, en las ciudades de China, tenía la impresión de que la gran mayoría de sus habitantes pertenecían a una tribu salvaje llegada de súbito de las montañas y carente todavía de normas de urbanidad», escribe un asombrado Reverte.

 

Salvo el idilio en Lijiang, parece que el autor no disfruta del viaje hasta que no llega a Shanghái, la ciudad más occidentalizada y civilizada de China: «El único lugar al que volvería». En este Nueva York oriental, Reverte dirige su mirada ácida no ya a la zafiedad de los chinos que escupen estruendosamente o están a punto de atropellarlo con sus motos eléctricas, sino al obsceno culto al dinero de los nuevos ricos. «¿Qué queda de vuestro pasado?», le pregunta a su guía, que le responde: «La bruma tan solo. Pero es la bruma de la contaminación. Un mundo ha muerto».

 

Inmersa en su propia Revolución Industrial en un planeta tecnológico y globalizado, así es la China del siglo XXI, un país durísimo e incómodo al que no se puede venir a hacer turismo de postal. Como bien descubre Javier Reverte en su periplo, China no es país para cruceros.

 

Portal de América

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