Hotel, dulce hotel
Domingo, 27 Julio 2014 20:42

Hotel, dulce hotel
Para Silvia Tron (88) el hotel no es un lugar de paso, es su hogar. Hizo check in en 2003 y nunca más se mudó. Abre la puerta de su casa con una tarjeta magnética, la heladera es un pequeño frigobar y cada mañana, religiosamente, su cama queda impecable con sábanas que, a lo mejor, mañana serán de otro viajero. Porque por 22 mil pesos mensuales tiene incluido el servicio de limpieza, el desayuno, la calefacción y la ayuda al instante del personal del hotel. La mucama es su compinche, los recepcionistas sus secretarios de confianza, los huéspedes unos interesantes vecinos con los que descubrir historias o practicar el francés, el mozo es quien le acerca los sabores de su infancia y entre todos forman su familia adoptiva.
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por Tomer Urwiczdom


Diez años antes de mudarse al céntrico Hotel Klee, de tres estrellas, vivió sola en un apartamento tras la muerte de su hermana. Pero no soportó la sensación de "inseguridad" y la falta de compañía. Una amiga la convenció de probar una experiencia que no estaba en sus planes: hacer de una habitación hotelera, su casa.

"Vivir en un hotel es una lección de humildad", reflexiona esta mujer que fue periodista en el diario El Día y fundadora del Centro Interinstitucional de Colaboración con el Adulto Mayor. "Te obliga a desprenderte de muchos afectos materiales y a seleccionar lo imprescindible".

Una planta que recibe la luz que entra por el ventanal que da a la calle San José, unos libros, algún mueble, un microondas, la computadora y discos son los pocas posesiones que pudo conservar. El resto lo distribuyó en casa de amigos o simplemente lo regaló.

Como ella hay otros huéspedes estables, así le dicen los hoteleros, distribuidos en los 457 hoteles del país que tiene registrado el Ministerio de Turismo. Son quienes elevan el promedio de días de hospedaje de los viajeros que optan por este tipo de alojamiento en Uruguay (4,8 noches es el último dato oficial disponible). Los hombres solteros y las mujeres viudas son el principal nicho de mercado, junto a empresarios que llegan por largas temporadas. Las tarifas son mensuales, se arregla un precio "especial" por el pago adelantado y la habitación suple a un apartamento, con las libertades y obligaciones que ello implica.

Silvia festejó sus últimos cumpleaños en la cafetería del hotel. Los sillones del lobby o bien la sala de conferencias ofician de espacio de reunión de trabajo -"sí, con 88 años se puede trabajar", dice-. Pero extraña no poder recibir a sus amigos en casa. Se refiere a la imposibilidad de agasajar, de tener platos para todos, vasos, sillas y el lugar acorde para la ocasión. Por el momento se conforma con una "visita telefónica" cada noche, para lo que instaló una línea fija. ¿En qué dirección? En su número de habitación en el quinto piso del hotel.

Es que en esa pieza que tiene un pequeño baño, cabe nada más que la cama, un escritorio, el microondas, el frigobar, las pocas pertenecías y la radio que siempre tiene sintonizada en el Sodre "porque a la planta le hace bien", bromea.

Lo otro que no entra, y tampoco puede tener, es una cocina. Lo que para muchos puede ser un beneficio, para ella es su nostalgia más grande. Nació en Colonia Valdense, en una familia italiana en donde la comida ocupaba un rol central. De hecho su madre estudió en Europa las tareas de la "mujer de campo", acostumbrada a producir quesos y dulces. Extraña el sabor de un plato casero, la sensación de las manos sucias con harina y el sentarse a comer lo que ella misma creó. Para calmar esa sensación sus amigas le proponen ir a cocinar a sus casas, pero, hasta el momento, todo queda en meras promesas incumplidas.

Mientras tanto, la periodista aprovecha las ventajas de hospedarse en pleno Centro de la ciudad. Conoce las especialidades de cada restaurante y más de un bar sabe, también, sus preferencias. Con la ayuda de su bastón camina por las cuadras cercanas y tiene a mano los servicios que más utiliza: los lugares de comida, la farmacia, la librería, la red de cobranzas y la tintorería. La falta de espacio no le permite comprar demasiados objetos. Sí suele tener una bandeja con algunas frutas, porque "por las nanas de la edad" hay alimentos del desayuno que tiene prohibidos.

En términos generales, la pequeña habitación devenida en hogar está limpia, ordenada y con el rincón justo para cada afecto. Pero a ella le da vergüenza exhibir esa intimidad. Duda en mostrar el lugar en donde duerme y vive. Ni bien abre la puerta reflexiona: "No sé qué diría mi madre si viera este desorden". A lo mejor la respuesta sería la clásica frase materna: "¿Te pensás que esto es un hotel?".

La estética

"El bulín de la calle Ayacucho/ Que en mis tiempos de rana alquilaba/ El bulín que la barra buscaba/ Para caer por la noche a timbear…". Tango, todo en la vida de Horacio Ferrer (81) es tango. Y su habitación en el Hotel Alvear también. Se hospeda allí desde hace 40 años, en la habitación 823 cuyo ventanal da a la porteña calle Ayacucho como en la canción.

Su caso resume una práctica que era habitual en poetas y bohemios, por no mencionar a lo más renombrados actores de Hollywood en épocas en que los rodajes eran largas temporadas en el exterior. Es que a diferencia de Silvia, Horacio llegó al Alvear atrapado por la estética y el modo de vida. Se mudó para encontrar un rincón que inspirara su escritura y que, de paso, le diera cobijo tras su divorcio.

Hoy vive en este cinco estrellas de Recoleta, premiado como el 42° mejor hotel del mundo, junto a su esposa Lulú. Comparten la habitación de 35 metros cuadrados; tiene un baño, una cocina con una pequeña kitchenette, una biblioteca y dos "enormes ventanales" en los que ve el Río de la Plata y su Uruguay natal. A su vez, cuando está en Montevideo se hospeda en el Balmoral Plaza Hotel, una estrategia "para no extrañar".

La habitación 823 está lejos de los ascensores, al fondo de un largo pasillo. "Nos da independencia y el silencio necesario para trabajar", dice Horacio en referencia a su profesión de poeta y la de su esposa, que es pintora. Funciona, en definitiva, como un apartamento más. Incluso ya no paga una mensualidad correlativa a lo que cuesta una noche de hotel, sino que aporta "una expensas normales para unos gastos". Es parte de la esencia del Alvear.

"Antes entraban mucamas, ahora limpia Lulú", cuenta sobre la rutina hotelera. Tampoco suele disfrutar del desayuno porque se levanta a deshoras. En todo caso lo que lo hace parecerse más a un hotel es el recibimiento de visitas en el restaurante o el trato con el personal de quien "tiene autógrafos con dedicatoria".

"El hotel no me permite ni me veda nada", dice para explicar lo singular de su caso. "He hecho aquí lo que se me antojara". Solo una vez recibió una queja. Alguien del piso de abajo golpeó por exceso de ruido. Quizás fue un tango que sonó más de la cuenta, bromea. El cuarto 823 es, en sí mismo, un tango. Es su "bulín de la calle Ayacucho".

El trabajo

A diferencia de Silvia que se mudó por seguridad u Horacio que lo hizo por inspiración, Pablo Catri (33) vive en un hotel "por laburo". Es el subgerente de la cadena Dazzler en Montevideo. Hace cuatro meses dejó a su novia y su perro en Buenos Aires y se instaló en la habitación del quinto piso del lugar donde trabaja. Y tiene allí, al menos, para un año más.

Cuando le hicieron la oferta no lo dudó. Ya conocía las instalaciones (había estado en la inauguración en noviembre) y desde 2002 tiene experiencia como hotelero. Se trajo una valija con algo de ropa, el PlayStation que hace las veces de distracción y compró una plantita. Nada más. "De última", dice, cada dos o tres semanas viaja a Argentina al encuentro con sus afectos.

Lo que no imaginó es lo tedioso de tener un cargo de responsabilidad laboral en el mismo lugar en que se vive. El teléfono le suena a toda hora. Golpean su puerta a las tres de la mañana si hay un huésped borracho, si falta comida para el personal o por cuestiones que "en realidad pueden resolverse al día siguiente".

Como ventaja, además de la limpieza y las comodidades de un cuatro estrellas superior, Pablo no paga el alojamiento. "Me sirve para ahorrar y sumar antigüedad laboral en el país", cuenta con la idea de comprar un apartamento cuando cumpla el año y medio de trabajo.

"El hotelero es una persona que se termina quedando sola, unida a afectos que por lo general son otros hoteleros. Es difícil convivir con alguien que trabaja fines de semana, Año Nuevo y a cualquier hora", reflexiona sentado en el sillón que está al lado de la cama súper King y explicando la falta de sostén emocional de vivir en un hotel para un joven treintañero.

Pero mientras escasean los seres cercanos, los hoteleros como él se encuentran historias ajenas de todo tipo, dice. Desde la visita de Silvia Süller que llegó por unos meses a un hotel en el que trabajaba en Argentina porque se había peleado con su pareja, hasta el fallecimiento inesperado de un huésped estable. "De todo pasa en un hotel, ni que hablar si uno vive".

El arraigo

Para un hombre que acumula más de 19 mil horas de vuelo, vivir en un hotel puede parecer insignificante. Pero Alfonso Chávez (57) no termina de acostumbrarse. Cuando era piloto de una aerolínea supo pasar varios días fuera de la casa, incluso se perdió el nacimiento de sus dos hijos. En aquella época, sabía, no pasaba más de doce noches al mes fuera de su hogar en el Distrito Federal de México.

Distinta es su situación actual en Montevideo. Hace dos meses está viviendo en el piso séptimo del hotel InterCity y tiene para seis meses más. Llegó por un proyecto vinculado a su profesión -prefiere no revelar más datos- y está aprendiendo a arraigarse a un país que no es el suyo y una habitación en la que lo poco propio que tiene son unas artesanías, la computadora de trabajo, la ropa y los infaltables picantes para aderezar las comidas.

"Al principio me dieron una habitación más pequeña -cuenta con el clásico cantito mexicano-pero luego me cambiaron para una más grande porque si no sentía asfixia". Y más aún, dice, cuando se "empieza a comprar chucherías y se llena toda la pieza".

La habitación, que cuesta unos 80 dólares la noche, la paga el trabajo. Y recibe 50 dólares diarios para viáticos con los que come -dice que Montevideo le parece `carísimo`- y paga la lavandería. La higiene de la ropa es toda una aventura para los huéspedes estables que, como él, deben vestir formales. Lavar una camisa en el hotel le sale cuatro dólares más tres del planchado. Por eso no tiene más remedio que buscar soluciones afuera. Sabe que de regreso tendrá la cama pronta y la frazada extra que le gusta, porque ya lo conocen. No es un viajero más. Ese es su hogar.

El lujo que buscan las celebridades

Decir París es sinónimo de glamour. Y decir elegancia es referirse a Coco Chanel. La célebre diseñadora de moda vivió por más de 30 años en el Hotel Ritz de la capital francesa. La suya era una habitación de lujo que ocupó hasta su muerte en 1971. Allí encontraron una pintura de Charles Le Brun valorado en más de 500.000 euros. Ella accedió al hospedaje -enclave de los militares alemanes durante la Segunda Guerra Mundial-gracias al romance con un oficial de inteligencia nazi. En ese mismo hotel se alojaron, entre otros famosos, el escritor Ernest Hemingway.

La difícil tarea de convertir el lugar es espacio propio

Cuando Luciano Pavarotti visitó Uruguay en 1995 mandó adaptar la suite en la que se alojaba. El Hotel Belmont House accedió a correr algunos muebles y la habitación contó con el espacio y artefactos necesarios de una cocina. Lejos de ser un antojo o una cábala del tenor, se trataba de una forma de arraigarse al lugar. Todos los entrevistados por Domingo para esta nota admiten que la falta de una cocina propia, aun para quienes no gustan de cocinar, es una desventaja de vivir en un hotel. "Para cocinar hay que estar arraigado", explica el psicólogo Jorge Larroca, especialista en hábitats. "Este tipo de personas (huéspedes estables) dan lugar a una vida como de paso y lo importante es poner una impronta personal que haga sentir el espacio como propio". Quizás por eso en las habitaciones visitadas todas contaban con una planta o algún objeto de valor personal. Es que el lobby, los corredores, el ascensor y la cafetería funcionan como meros "espacios de tránsito". De ahí que se busquen estrategias para ampliar la habitación -como hace Horacio Ferrer colocando espejos- o bien con objetos "significantes" que quiten la sensación de asfixia.

La experiencia

La situación entre el periodista César Bianchi (por aquel entonces 29 años, hoy 36) y su novia no daba para más. Uno de los dos debía dejar el hogar en el que convivían y, como la casa era de ella, él no tuvo más remedio que aprontar un poco de ropa, discos, libros, armar la valija y marchar. Un compañero de trabajo le comentó que durante un tiempo vivió en un hotel. A fin de cuentas de ese modo tenía muebles y se ahorraba entre 20%y 30% respecto a lo que costaba un alquiler, explica.

Durante nueve meses hizo del Hotel América su casa. "Fue en 2007, durante una época muy conflictiva para mí", recuerda "Checho", como se lo conoce. "Me había distanciado de mi padre y mi hermana (ahora tiene una relación `maravillosa`) y supongo que me había afectado la crisis de los 30", reflexiona sentado en la cafetería del hotel (actualmente remodelado). La comodidad del lugar, el trato cercano con el personal, la posibilidad de "tomarse una copa" en la barra en las noches que tenía insomnio y la libertad fueron algunas de las ventajas que encontró el periodista para sentirse mejor en su situación.

Era su casa. Entraba con quien quería, a la hora que quería. Y al estar soltero fue una época en la que se "divertía mucho", dice. El espacio de la habitación no era muy amplio, pero sí lo suficientemente grande para invitar a algunos amigos. Había dos camas individuales, un baño, un pequeño frigobar y la televisión.

Fue allí, en el hotel, donde conoció la realidad de extranjeros y la faceta más alocada de un colega suyo -prefirió no dar el nombre- quien vivía en su mismo piso y una noche se le antojó correr desnudo por el pasillo.

Pero más allá de anécdotas que recuerda con alegría, a los meses sintió que necesitaba otro espacio, por fuera del Centro de la ciudad, y consiguió un alquiler a buen precio, dando por finalizada la experiencia de huésped estable.

-¿Volvería a vivir en un hotel?

-Es una linda experiencia para unos meses; es algo transitorio. Fue una solución que encontré en un momento puntual de mi vida y no reniego de ella. Al contrario, la pasé muy bien. Pero no viviría en un hotel fijo porque es un lugar que no me pertenece.

Las cifras

22.000
Pesos mensuales es lo que paga Silvia Tron en el Hotel Klee (tres estrellas). Incluye desayuno, mucama y calefacción.

7
Dólares cuesta enviar una camisa a la tintorería del InterCity (cuatro estrellas). Tres por el planchado y cuatro el lavado.

4,8
Días en promedio es lo que se aloja un huésped en los hoteles uruguayos, según el Anuario 2013 del Ministerio de Turismo.

39%
De quienes visitaron el país en 2012 (últimas cifras procesadas) se alojó en un hotel. Significa 1.110.313 personas.

457
Hoteles hay registrados en el Ministerio de Turismo. La mitad de ellos se ubica en Montevideo y Maldonado.

Portal de América - Fuente: www.elpais.com.uy

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