por Seth Stevenson
Di vueltas cliqueando on line buscando un lugar autentico para quedarme y encontré una estancia (la versión argentina de un dude-ranch)
La estancia El Colibrí ofrecía a sus huéspedes una suerte de experiencia gauchesca de lujo; cabalgatas, cacería de pichones y un manejo prudente de los animales. Y al final del día jugosos bifes acompañados por abundante vino Malbec.
Me embarqué en un vuelo corto desde Buenos Aires a Córdoba, y después de viajar en coche una hora de duración, recorrí un torcido camino de tierra sin señalizar hasta que llegué a la puerta principal de El Colibrí, un hotel de ocho habitaciones construido en 2005 siguiendo el tradicional estilo colonial antiguo.
El personal de la estancia me recibió y condujo a la habitación, que tenía una estufa a leña (el verano de la Argentina es nuestro invierno), televisión vía satélite y un baño tipo spa. Poco después, equipado con la ropa de montar apropiada suministrada por el conserje, estaba trotando por los campos de alfalfa sobre mi gorda yegua de pelo overo.
Nuestra pequeña banda, todos los huéspedes de la estancia, fue dirigida por tres gauchos bona fide. Los únicos sonidos eran el ruido de los cascos y el suave jadeo de los caballos. Cabalgando entre la niebla que se veía desde lejos empecé a sentirme como un cowboy expatriado.
Cuando debimos vadear el poco profundo Río Santa Catalina que serpentea a través de El Colibrí, mi caballo decidió que era el momento ideal para inclinarse a tomar un trago. Ella perdió el equilibrio en el suelo fangoso, chapoteando con sus rodillas.
El agua inundó mis botas. (En julio, la temperatura diurna en la Pampa puede estar en los 40F.) y un gaucho me ayudó a desmontar en forma no muy elegante y me dirigió a la segura orilla del río. "Has sido muy valiente", se maravilló un compañero de regreso en tierra firme."Y no gritaste".
A la mañana siguiente me subí de nuevo en la silla, esta vez para tomar lecciones de polo. Mauro, uno de los gauchos residentes de El Colibrí, me eligió un caballo de polo color chocolate. Me entregó las riendas, me miró a los ojos, y dijo: "ahora mandas tu, you are the boss”
Mauro pasó casi una hora enseñándome los ritmos corcel. En la tarde, salí a los campos de polo. Luego me enseño como dirigir al caballo en una pequeño circulo en rápida evolución, como deslizarse en las ancas del caballo, y hacer pivotar un taco de polo de 4 metros de largo, todo al mismo tiempo.
En el transcurso de un par de horas, le ,pude pegar a la pelota de polo sólo un par de veces, pero ¡que satisfacción sentí cada vez que lo lograba!
Después, para cimentar una viril camaradería Mauro y yo volvimos a la cuadra para compartir un mate de yerba (que se pronuncia "mah-tay"), la infusión de té, bebida por los gauchos.
A la mañana siguiente, no pude resistirme a dedicar un medio día de caza de palomas, la otra actividad principal que se ofrecen en El Colibrí.
Según me dicen esta parte de la Argentina es conocida por ser el mejor coto de caza de palomas en el mundo. Me dirigí hacia el campo de tiro con un guía y una Escopeta calibre 20, semiautomática Benelli.
La situación parecía de alguna manera antideportiva. Densas nubes de pájaros pasan volando mientras tiramos chorros de metal en todas las direcciones. Al principio, simplemente tiraba al centro de la bandada.
Con el tiempo, empecé a seguirlas de a una en el cielo. Hubo momentos de satisfacción como la explosión que significó un tiro directo, los cuales fueron seguidos por una pequeña punzada de remordimiento viendo como el pequeño pájaro caía al suelo dando vueltas.
Al final de la caza, después de haber matado a cerca de 40 aves, estaba parado en medio de un montón de casquillos de bala, sentía un zumbido en mis oídos mientras una sensación de logro llenaba mi pecho. A mi regreso al hotel, el conserje me informó que había tomado la libertad de programarme un masaje sueco de cuerpo completo,"Sin duda su hombro le está doliendo por los disparos", dijo.
Después de mi masaje, me uní a los otros huéspedes en la gran sala de El Colibrí. Los ocho juntamos unas pocas mesas y cenamos juntos como una familia. Trece cortes de carne de la misma vaca, tiernos y suculentos fueron preparados por el Chef frente a nosotros. Se sirvió el Malbec y, se hicieron brindis. Y como el fin de semana llegaba a su fin, me sentí entusiasmado con una nueva posibilidad: Sí, realmente podría ser un gaucho cuando crezca.
fuente: online.wsj.com