por Luis Alejandro Rizzi, desde Buenos Aires (El miedo es la angustia que se genera ante la posibilidad de tener que afrontar las consecuencias de un riesgo real o imaginario, es el miedo a subirse a la flecha del tiempo)
Como lo saben mis lectores y más allá de la facilidad con la que se contagia la “peste”, esta cuestión no me cierra y lo que advierto y advertimos todos es que en este tiempo de “pandemia” se han desnudado las debilidades del ser humano, sus temores, y sobre todo la fragilidad de la vida que ha hecho de la cultura, más un lastre que un soporte.
Hubert Reeves, un astrónomo canadiense, según cuenta Victor Massuh nos presentó esta ecuación, “…si se redujera la edad del planeta a la duración de un día, un minuto equivaldría a tres millones de años. En este caso, dice Reeves, los primeros homínidos habrían aparecido sólo en los dos últimos minutos”. En esa perspectiva, el promedio de la vida humana sería una milésima del tiempo que demora el parpadeo. En una palabra, en la duración del tiempo somos una insignificancia, y esta peste puso en evidencia nuestra incapacidad para asumir nuestra real presencia en la vida, somos menos que un abrir y cerrar de ojos.
Si llevamos la ecuación de Reeves a la realidad de la peste veríamos que por su causa sólo han muerto hasta la fecha menos de 3.050.000 personas, un promedio diario de 7.625 personas, un 5% del promedio diario de muertos en el mundo que ronda alrededor de las 156.000 personas, pero no sabemos si ha variado ese promedio más allá del efecto estadístico vegetativo.
Pero hay una evidencia, está dentro de lo normal. Lo grave hubiera sido si el promedio diario se hubiera duplicado o triplicado, dicho de otro modo, que el nivel promedio de muertes hubiera llegado a 300 mil o 400 mil personas de un día para el otro. De todos modos y lo que quiero decir, es que los seres humanos somos mortales y nadie tiene garantizado una duración mínima de vida. No sabemos cuánto durará nuestra vida y nunca lo vamos a saber.
Sabemos que es imposible erradicar los accidentes, los absurdos, el sinsentido, son datos de nuestras propias falencias, miserias y miedos que nos llevan a creer que un pasaporte de salud, o sanitario, o como se lo llame, nos puede inmunizar o garantizar unas buenas vacaciones. Sería suficiente que un “turista” con su pasaporte en orden, tenga una diarrea en cualquier destino, para que la confiabilidad de ese pasaporte estalle en mil pedazos y que ni siquiera sirva con fines higiénicos.
Los fallecidos por la “peste" son el 0,00039% de la humanidad, estimada en 7.800:000.000, de personas, y sobre un total de 142:000.000 de contagiados, el 60% han recibido el alta.
Con esto quiero decir que me parece ridícula esta polémica de “abrir o cerrar el turismo”, lo que pone en evidencia nuestra incapacidad para asumir que vivir es un riesgo. permanente.
En el mundo se estima que más o menos se hacen 25 millones de abortos clandestinos y riesgosos por año, que generan 25 millones de vidas muertas por el aborto, más las de las madres que pueden morir por la mala praxis que podrían estimarse en un 20 a 30% más.
Por la peste han muerto 3 millones de personas, apenas el 12% de las que mueren por consecuencia del aborto, sin contar las madres que también mueren.
En la Argentina por causa de aborto se estima (las estadísticas son precarias) que mueren entre 370.000 y 532.000 personas por año, por la peste han muerto entre el 18 y 12% de ese total. ¿Unas muertes valen menos que otras?
Con estos datos quiero mostrar la otra trama de la “peste”, que no es ni más ni menos que el temor que le tenemos a la tarea de vivir.
El debate fácil y quizás remunerativo se da en el campo de la imaginería marquetinera, inventamos un papel que nos garantiza inmunidad, ni contagiamos ni seremos contagiados…, puede creerse tremenda idiotez.
Pero ocurrirá que una persona con su pasaporte en regla, debidamente validado, certificado, y sí se que quiere bendecido se agarrará la peste, sea en París, Madrid, Buenos Aires o en la lejana cochinchina, y entonces el inventor del pasaporte sanitario será el blanco de cuanta condena ande suelta en el mundo.
Una vez más no simplifiquemos lo complicado ni compliquemos lo simple. Para viajar habrá que tomar precauciones, como siempre, por algo existen los seguros de salud para viajeros, que ahora para cubrir la peste exigen un pago plus. Más aún, algunos destinos exigen un seguro específico para el riesgo del contagio de la peste (business are business).
Lo que tenemos que pensar es que sólo nos contagiamos la peste 142 millones de personas sobre un total de 7.800 millones, y que el 60% se sanó. Que mueren más personas por abortos que por la peste es otra paradoja, y al legalizarlo, tendremos cientos de muertes “legales” con lo cual al año estaremos legitimando la muerte de un porcentaje elevado de personas. El aborto es la eutanasia de personas sanas y lo celebramos vestidos de verde.
Lo que pienso y propongo al debate es un paso hacia la maduración del pensamiento humano y dejar de lado el sectarismo de los intereses personales y la miseria de trasladar los propios errores o pecados.
Es sabido que la vida transcurre entre el “azar” y el desorden creador.
El azar viene a ser la libertad absoluta en un mundo sin referencia valorativas, y por el otro lado, el desorden creador, pero lo cierto es que ambos conforman el misterio de la creación, misterio indisoluble para la mente mortal y finita de los seres humanos.
Entre estas turbulencias de la vida, de eso se trata, avanza la flecha del tiempo que es creación innovativa constante, desafío permanente hacia objetivos inalcanzables en la efímera vida humana.
No se trata de burocracia esta cuestión del turismo, se trata de una aventura como lo fue desde su origen. Regresar sano y salvo no depende de un papel con más o menos sellos, depende de nuestras convicciones de vida y de saber elegir los destinos y el nivel de calidad de la atención sanitaria de los destinos.
Las estadísticas están a favor nuestro, el riesgo es estar entre esa minoría fatal y esto es inevitable.
En la medida que más exijamos para viajar, más inseguridad estaremos generando.
Los medios tienen parte de culpa, parecen confabulados para intimidar, nos presentan números fatales, pero son comprados contra nada.
No creo navegar contra la corriente, por lo menos mi vida es coherente con lo que pienso y así la vivo y he llegado hasta aquí; por eso pretendo ser escuchado, solo eso. Ofrezco otra visión, con todo el optimismo y pesimismo que significa vivir.
El turismo siempre tuvo sus riesgos y España, por ejemplo, se vio favorecida cuando la inseguridad imperó en otros destinos cercanos. En términos de justicia, los beneficios obtenidos se debieron haber compartido con los otros desfavorecidos.
“Con su vuelo imperceptible la flecha del tiempo unifica a todas las criaturas del universo. Desde el momento en que este tiene una historia, aquel vuelo se hace más perceptible y concluye anudando el camino de lo inmensamente grande con el errático corazón del hombre y con las diminutas partículas…La flecha del tiempo es un símbolo de unificación…” (Victor Massuh, “La flecha del tiempo”; Editorial Sudamericana abril 1990) que, agrego yo, ilumina el valor de las diferencias.
Portal de América
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