por Luis Alejandro Rizzi, desde Buenos Aires, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
No solo en España ocurre esa mora en reembolsar lo pagado por billetes cancelados, por imposibilidad de poder cumplir con el servicio de transporte, por decisiones políticas de los Estados.
Pasa que aún no se entiende como funciona el servicio aéreo, que como lo venimos reiterando es un negocio de flujos con mínimo respaldo de capital. Este fue el gran “secreto del low cost”, en especial en estas últimas épocas en que el dinero tiene un costo negativo, en vez de pagar por depositar, se cobra o a lo sumo se trata de un “negocio comercial neutro”, algo que suena como un oximorón jurídico, digo esto, porque el comercio se presume oneroso, pero es obvio que ya no tanto.
Puede haber negocio comercial sin precio, muchos abogados deberán ir al psicólogo, porque parece más un signo de neurosis que de salud psíquica.
En fin, vivimos épocas líquidas que nos obligan a releer a Zygmunt Bauman.
En la actividad manufacturera, en general hay stocks. Una empresa fabrica autos y viene un parate de ventas. Los autos fabricados están y en algún momento se venderán a precio de reposición.
Podría existir de hecho una pérdida financiera, salvo que se viva una época de tasas negativas, como lo que venía ocurriendo en Europa, lo que reitero es más una cuestión para el psicoanálisis. En ese supuesto, mantener el stock es un modo de mantener el valor del dinero.
En los servicios, como lo que ocurre en el transporte aéreo y la hotelería, los stocks son futuros, porque toda venta es futura.
Un ejemplo aéreo, puedo comprar un billete para hacer un vuelo en el Aeropuerto una hora antes a la salida, se produce un fenómeno climático que impide la salida, y el vuelo, según su intensidad y previsibilidad se suspende o cancela.
En ambos casos el viajero solicitará el reembolso, pero la línea aérea en simultáneo tiene una pérdida, ya que tenía el aeroplano alistado, la tripulación al pie del avión, y además los otros gastos indirectos que integran el precio del billete.
El pasajero actual de avión sabe o debe saber que hay imponderables o externalidades que impactan impidiendo o demorando la prestación del servicio, sea originando demoras o cancelaciones, cuando ya se gastó dinero para ofrecerlo en tiempo y forma.
¿Es justo que el transportista deba sufrir ese costo como consecuencia de un evento que les es ajeno totalmente? Mucho me responden diciendo que es un riesgo propio del negocio. Si ello fuera cierto es fundamento para que también el viajero asume su parte.
Un principio de justicia diría que el viajero debería también asumir una parte de ese riesgo.
Reitero, ese vuelo frustrado no se puede stockear y en general toda demora tiene un elevado costo.
Lo mismo nos pasa a los abogados. El tiempo que no usamos hoy porque ningún cliente llamó por teléfono o nos pide algún asesoramiento, no se puede “ahorrar” para usarlo un día que no nos alcancen las 24 horas.
Hace un tiempo, antes de la pandemia, un hotelero me consultaba sobre un “grupo” que debía llegar al hotel un día determinado, y con menos de 24 horas le hicieron saber una demora de 24 horas por problemas de transporte.
A este empresario se le presentaban dos problemas, le quedaban creo que 11/12 habitaciones vacías, ya sin posibilidad de ocupar, y además no podía prorrogar esas reservas por otras 24 horas ya que no tenía disponibilidad suficiente, debía recurrir a otros establecimientos, algunos con tarifas mayores.
Es obvio que no puedo transcribir mi opinión legal, pero es otro ejemplo de esta actividad de los servicios en los que no existe el concepto de “stock”.
Ahora, con esta pandemia de la que algún día sabremos o no su verdad, insisto sobre más de doscientos millones de contagios, sólo han muerto poco más de 4 millones, que ante los 7.600 millones que poblamos el mundo es un porcentaje ínfimo. Son 8.000 muertes por día, del total aproximado de 156.000 muertes diarias por todo concepto, un 5%.
Pero aceptemos lo de “pandemia”.
Las líneas aéreas debieron suspender y cancelar servicios por razones ajenas a ellas, fue por decisiones de los gobiernos, que cerraron fronteras o fijaron “cepos” de cantidad de viajeros, y es obvio que las nefastas consecuencias que han producidos esas decisiones no deben ser soportados sólo por los transportistas, también los viajeros deben asumir parte del costo.
Lo justo sería que los gobiernos asuman esos costos y efectúen los respectivos reembolsos en una parte, la otra, reitero debe ser asumida por empresas y viajeros.
Para ir concluyendo, el negocio del transporte aéreo hoy es un negocio de carácter financiero. En términos tradicionales, los patrimonios de las líneas aéreas son bienes intangibles, la calidad de su gerenciamiento.
Ahora bien, en general las líneas aéreas realizan su actividad comercial de venta mediante medios virtuales, la presencialidad se reduce a lo mínimo indispensable, muchas de ellas tiene sus oficinas en los mismos aeropuertos, muchas actividades vinculadas al vuelo se han tercerizado, los aeroplanos en general están contratados bajo sistema de leasing, una mínima parte están adquiridos con garantías reales (hipotecas), no hay más tarifas fijas, su valor varía según diferentes parámetros con que son cargados los equipos informáticos y su nivel de ventas diarios (ingreso de fondos) genera un flujo cuyo monto resulta difícil pensar.
Ese flujo es lo que le da valor a la empresa y a su gestión, y las ganancias o pérdidas dependerán de la idoneidad con la que se administre ese flujo.
Cuando ese flujo se corta por decisiones políticas, es obvio que las líneas aéreas ingresan en una suerte de “agujero negro” económico financiero, y es obvio que en ese lapso ni cobrarán ni pagarán.
En realidad, no se viola ninguna ley de defensa de la competencia. Paradojalmente, esta ley se vulneraría si un Juez condenara al pago de una suma de dinero a una empresa que no pudo prestar su servicio por una decisión política de uno o más gobiernos.
Las decisiones políticas deben ser soportadas por todos, a unos los perjudicará más que a otros, pero no pueden favorecer a unos y perjudicar a otros.
No obstante, muchas líneas aéreas han asumido las pérdidas y han ofrecido alternativas que los clientes desechan.
Un ejemplo, ante una gestión que hice ante una línea aérea, en representación de un cliente al que le habían cancelado el vuelo, de salida y de regreso le ofrecían mantenerlo abierto por 365 días con un upgrade en una etapa del vuelo, y condicionado a espacio en la otra. Mi cliente no la aceptó porque me dijo que el quería sus dólares, pese que había pagado en pesos.
Obviamente allí di por finalizada mi intervención, porque estaba convencido de la buena fe y racionalidad de la propuesta y el interés de mi cliente era la de recuperar los dólares “billete” que nunca había pagado.
¿De qué lado está el perjuicio…?
En fin, no todo es como se ve a simple vista.
Portal de América