por Luis Alejandro Rizzi, desde Buenos Aires, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. @007Rzzi
Como el cuento “El rey desnudo”, “la peste” nos desnudó, poniendo de manifiesto esta realidad de que la administración financiera es un medio para gastar más de lo que se puede, y que el crédito tiene sus límites.
El turismo y el transporte aéreo tienen una particularidad, como la tienen “los servicios”, se venden futuros que obviamente no se pueden “stockear”, es sabido las butacas vacías en un vuelo, la habitación no ocupada y los cupos no vendidos, generan gastos que pasan directamente a pérdida.
El hecho, por otra parte, obvio que en estos negocios las estimaciones se hagan sobre probabilidades y cálculos actuariales, no quita valor a lo expresado antes.
Si tomamos en cuenta una ocupación o uso de servicios de un 75%, el 25% ocioso conforma un lastre económico. Ahora bien, el “low cost” busca el 100% de ocupación o uso, mediante una baja de tarifas para compensar ese 25% de ociosidad, aprovechando el mayor movimiento de dinero que se genera, cobrando siempre en menores plazos a los que se paga. Esto quiere decir que a ese 25% que se estima que siempre estará “vacante” se le logra una utilidad.
La venta de servicios futuros genera un ingreso de dinero a costo cero, y una ganancia financiera por el lapso que trascurre entre el momento en que se cobra y el que se pagan los costos.
Esa diferencia de tiempo es un costo que asume el cliente, creyendo que se lo está beneficiando.
Este es el secreto del “low cost”, que hace realidad una fantasía
Cuando vemos que una “low cost” ofrece cientos de pasajes a una cifra irrisoria, por ejemplo cinco libras o diez euros o dólares, lo que está vendiendo es ese porcentaje de butacas o habitaciones, en el caso de la hotelería, que considera que de otro modo quedarían sin uso.
Debemos asumir que en el comercio no se regala nada y el turismo y el transporte aéreo es comercio.
Cuando un negocio se estructura sobre criterios financieros, significa, que el capital es el flujo de dinero que genera la actividad, y el riesgo es que cuando la actividad se interrumpe, como ahora con “la peste”, a los prestadores de servicios se les hizo imposible cumplir con las obligaciones asumidas, y también imposible reintegrar las sumas recibidas, o por lo menos el total.
En la lógica de esta realidad, cada turista o comprador de servicios turísticos debiera ser informado que está asumiendo el riesgo de perder, por lo menos un porcentaje de lo que está pagando. Inversamente, que hay una posibilidad que para la fecha convenida el servicio no esté disponible. Un ejemplo actual es el caso Alitalia, que no prestará los servicios con fecha de cumplimiento a partir del próximo 14 de octubre, fecha de su cese.
Sin embargo, este negocio tiene otra fuente de ganancia que es cuando el propio prestador de los servicios, sea por sí o por entidades financieras, ofrece que las compras futuras propias de esta actividad se paguen con créditos, que aunque se promocionen como “sin interés”, lo tienen implícito.
Es obvio que esto que se llama “low cost” sólo puede funcionar en un sistema económico estable, en los que la inflación anual difícilmente llegue a los dos dígitos, y que en general está por debajo del 5%.
En un país como la Argentina, en los que no tenemos moneda y el costo del dinero es estrafalario, la inflación extraterrestre y el tipo de cambio responden a pulsiones militantes, a lo que debemos sumar que un 70% de la población es pobre, aunque estadísticamente, se la ubique entre el 40 y 45%, todas estas habilidades financieras son impracticables ya que el largo plazo se limita a 24 horas, y con suerte.
Es obvio que los flujos de dinero que genera el turismo y el transporte aéreo disminuirán, ya que “la peste” empobreció al mundo y los estímulos de los gobiernos, en especial de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, se terminará pagando por los contribuyentes, y la parte que se distribuyó a fondo perdido, impactará en el menor valor real del ingreso nominal de cada persona.
Este negocio necesariamente se achicará, aunque la ilusión del 2019 desencadene una guerra tarifaria que perjudicará a todos.
Cuando días pasados hacía este comentario en una rueda de amigos, varios de ellos me llamaron luego para decirme que tenía razón, pero que no lo debería haber dicho.
Gran parte de la hotelería, la “business class” y otros lujos, se hicieron para satisfacer esa demanda que se dio en llamar “turismo de negocios”, un oximoron, ya que si se viaja por negocios, no se está haciendo turismo, aunque en los hechos muchas veces esos viajes son más de turismo que de negocios.
Hace un tiempo un amigo que trabajaba en una corporación en lo que se llamaba “Departamento de viajes”, precisamente había sido contratado por venir de ese sector del turismo, me contaba no sólo sobre el nivel de gastos sino sobre el tipo de gastos que financiaba ese grupo empresario.
Las clases ejecutivas seguramente deberán disminuir, y habrá que volver a pensar en una clase “economy” más confortable, idea que hace años vengo proponiendo para Aerolíneas Argentinas.
En la Argentina tenemos una vasta oferta hotelera de alto nivel, que exceden las posibilidades de demanda local e internacional.
En el año 2018 en CABA teníamos una oferta en establecimientos hoteleros y parahoteleros de 2.034.756 plazas disponibles, de las que se ocuparon 891.049, un 40%; en la Patagonia 2.121.704 y se ocuparon 810.371; en Cuyo 1-182.847 y se ocuparon 275. 873, poco más del 20%. La oferta total fue de 11.872.012 y la ocupación de 3.770.755, un 30% en números redondos. Datos tomados de “Dos siglos de Economía Argentina”, dirigida por Orlando Ferreres, Editorial Fundación Norte y Sur.
Este breve repaso de cifras nos muestra que la crisis del turismo sólo fue desnudada por “la peste”, es difícil de entender ese nivel de inversión ante lo que llamaría mínima ocupación.
El turismo como negocio deberá ser pensado desde sus fundamentos económicos y quizás se advierta, en especial en Argentina, que no hubo racionalidad en el nivel de inversión.
Pienso que también en el resto del mundo el turismo tuvo sobreinversión, ya que es un sector muy usado, como el del transporte, para lavar dinero.
Quizás la cosa viene por otro lado, habría que preguntarse, ¿la inversión turística que nivel de lavado de dinero esconde? Quizá un ejemplo pueda ser la costa sur de España, “la famosa costa del sol”, sobre la que últimamente la prensa comenzó a difundir algunos de sus secretos.
También por casa hay casos notables bajo investigación, quizás ahora en tono más “light”, pero siguen tramitando…
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