Vagabundeo por la tierra de Alejandro Magno
Jueves, 05 Junio 2014 21:00

Vagabundeo por la tierra de Alejandro Magno
Es un lugar corriente, pero emociona. Le rodean bosques espesos en cuyo laberinto vegetal el viento y la lluvia se entretienen esparciendo la hojarasca. Un breve camino lleva hasta la pradera, asomada al borde de la suave ladera. A su derredor el escarpe calizo se abre en varias oquedades. Nada del otro mundo puede objetarse, pero el lugar cautiva al viajero sensible.
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por Alfredo Merino

El cartel situado al inicio alerta de la importancia del lugar. Aquí estuvo el ágora más importante de la Antigüedad. Los arqueólogos aseguran que se alzaron aulas, patios y columnatas. Nada queda salvo las cavernas que rodean el claro, lo que ayuda a imaginar que siempre fue así. Las cuevas con los duros poyetes de piedra como todo mobiliario, la luz tamizada por la pequeña apertura en la roca y dentro, la voz de Aristóteles abriéndoles los ojos a Alejandro Magno y a un puñado de jovencitos nobles macedonios. Ocurrió en el siglo IV antes de nuestra era.

La vital Tesalónica

En los techos renegridos el maestro trazó el rumbo de las estrellas. La caverna devolvió los ecos griegos y macedonios, pero también hebreos, latinos y babilonios de su discurso. Retórica, historia, justicia y ciencias de la naturaleza; filosofía, medicina, el amor, los secretos del mar de China... todo salió de la sabia boca para deslumbrar a un hombre todavía chaval que, espoleado por aquellas revelaciones, conquistaría el mundo. Aristóteles y Alejandro, el más grande pensador de la Antigüedad y el mejor caudillo de la Historia cara a cara, qué magnífico momento. Fue tan intenso, resulta tan seductor pensar en él, que ha sido objeto de abundantes estudios y elucubraciones de mentes como la de Bertrand Russell.

Todo sucedió aquí en el Nymphaion, el santuario de las ninfas de Mieza, corazón de la Macedonia griega, el lugar en el que Occidente empezó el camino que nos ha llevado hasta estos tiempos. Todo recorrido por Macedonia debe comenzar en Tesalónica, Salónica para los amigos. Puente entre Occidente y Oriente, tras la época macedonia fue importante encrucijada en el mundo romano. Visitada por San Pablo, conquistada por los turcos en 1430, cinco siglos después, la huella otomana no se ha difuminado. Por cierto, Salónica es la patria de Mustafa Kemal Atatürk. Su casa natal es un pequeño museo que muestra algunos objetos del padre de la moderna Turquía.

La urbe, que atesora la esencia mediterránea con su fachada más luminosa vuelta al golfo Termaico, vivió cruzadas, conquistas, asedios y reconquistas. Poblada por 20.000 sefardíes expulsados de España por los Reyes Católicos, sus herederos aún hablan una lengua que a los españoles nos resulta familiar. Con un millón de habitantes, Tesalónica es la ciudad universitaria griega por excelencia y presume de acoger a más estudiantes que la mismísima Atenas (cinco millones).

El Monte Olimpo

La Torre Blanca, símbolo de la ciudad y bastión defensivo erigido por los turcos en el siglo XV sobre otro anterior, acoge un museo histórico. No lejos se conserva el arco del emperador Galerio con sus soberbios relieves, mutilado en uno de sus arcos para ensanchar una calle por donde pasaba la Vía Egnatía, el más importante de los caminos romanos de esta parte que unía Occidente con Oriente. En la parte alta, siguiendo la muralla erigida por Teodosio, se alcanza la acrópolis. Pese a que las piezas de los tesoros macedónicos han sido retornados a los museos de Vergina y Pella, el Museo Arqueológico de Salónica, los fondos que acoge son excusa suficiente para recorrer sus amplias salas.

Sobre todos estos lugares, la verdadera esencia de Salónica se expresa en las pobladas terrazas de la parte baja de la ciudad y en mercados como el de Modiano, donde frutas, verduras y carnes componen el más nutritivo mosaico de colores. Antes de partir, una visita a la plaza de Aristóteles, el espacio central de Salónica que con su forma circular porticada recuerda un ágora primitiva y desde allí mirar al sur, ahora que las primeras nieves han cubierto la cima del lejano Monte Olimpo.

Para llegar a la Escuela de Aristóteles en Naoussa, debe recorrerse una geografía de montañas retorcidas. Han pasado más de dos milenios y Macedonia no está mucho más poblada que entonces. Pequeños pueblos se agazapan a la salida de las curvas. Las carreteras curvean bajo un horizonte inclinado entre las montañas sombrías que se alzan hacia el Norte y al Sur el luminoso mar que se enreda en los tres dedos de la península Calcídica.

La tumba de Filipo II

Omnipresentes banderas griegas recuerdan que hablar aquí de la Macedonia yugoslava no es demasiado buena idea. Aparte de esto y del sortear la infatigable amabilidad de estas gentes, expresada en su generosa invitación a degustar su gastronomía, pocas cosas inquietan a quienes recorren la patria de Alejandro el Grande. Si acaso sorpresas como la tumba de su padre Filipo II, el azul del mar que tiñe la costa de la península de Liotopi cuando la miras desde la atalaya de la antigua Stageira o el olor de unos plaquis recién pescados mientras se brasean en la bahía de Olympiada.

Vergina es la siguiente parada de este periplo en torno al joven Alejandro Magno. A pocos kilómetros de Veira, uno de sus hallazgos está considerado el mayor tesoro descubierto de la antigüedad, inmediatamente detrás de la tumba de Tutankamon. Se trata de la tumba de Filipo II de Macedonia, aquí localizada, en lo que fue la primera capital de su reino, Aigai. Descubierta en 1861 por el francés León Heuzey, destacan sus tumbas tumuliformes, disposición diseñada para evitar a los saqueadores y que a tenor de los hallazgos localizados ha resultado tremendamente efectiva.

La antigua Stageira es otra de las paradas obligadas de este vagabundeo alejandrino por las tierras macedonias. El lugar donde nació Aristóteles se alza en lo alta de la hermosísima península de Liotopi. Sólo quedan restos de aquella urbe que se alzaba sobre las últimas colinas colgadas al norte del golfo de Ierissos. Sus ruinas empezadas a excavar solo a partir de 1990 muestran un aspecto romántico en su descenso escalonado hasta el borde del mar de Tracia. Justo al lado, la apartada situación de Olympiada no ha hecho renunciar a sus habitantes de la hospitalidad griega.

Portal de América - Fuente: www.ocholeguas.com

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