Realidades y percepciones
Domingo, 12 Octubre 2014
Este fin de semana hice un vuelo con EasyJet, la compañía aérea británica. A bordo del avión me encontré con un buen amigo que también había escogido este vuelo para regresar a España. Le pregunté si también había ido a Gran Bretaña a pasar unos días y me explicó que no, que se había ido a vivir con su pareja a una ciudad inglesa. Tras hablar de varias cosas menores, le dije que me resultaba curioso que en lugar de volar desde su ciudad, a cuyo aeropuerto vuela Ryanair, lo hiciera desde un aeropuerto bastante alejado. Me contestó algo que es el motivo de este artículo: “yo prefiero pagar un poco más y no correr riesgos”. Es decir: con EasyJet no hay riesgos, con Ryanair, sí.
por Javier Mato
No es la primera vez que me encuentro con razonamientos de esta naturaleza que son muy interesantes desde el punto de vista del periodismo. ¿Por qué mi amigo piensa que hay más riesgo en un avión de Ryanair que en uno de EasyJet? Evidentemente, porque durante mucho tiempo cada uno delos incidentes aéreos de la primera eran ampliamente publicados en la prensa, mientras que los de sus rivales y competidoras, no. El, como casi nadie, no ha hecho ningún estudio riguroso de todos los problemas que las autoridades responsables de la seguridad han publicado en sus respectivos países, por lo que su percepción de la realidad es la que los medios hemos creado en él.
Cualquiera que entienda de aviación comprende que es imposible volar a todos los países de Europa si no se cumplen los procedimientos de seguridad. Especialmente porque varios de estos países son extremadamente rigurosos. Y no se puede tener 300 aviones en el aire, ni tres mil pilotos, sin que trascienda la falta de seguridad, o el incumplimiento de normas. Todos los expertos entienden que en aviación son inevitables los incidentes, aunque las medidas que se han ido adoptando a lo largo de los años han logrado que estos no desemboquen en siniestros mayores. Y saben que todos, incluso los más impecables, padecen problemas de una u otra naturaleza.
Pero, por otro lado, es fácil entender que da lo mismo lo que nos diga la razón, si mediáticamente una compañía ha sido posicionada como “de riesgo”. No importa lo que es, sino lo que la gente cree que es. Y en este caso, especialmente en España, Ryanair ha terminado sufriendo las consecuencias de muchas noticias negativas.
Obviamente, parte de la culpa de esta situación la tenemos los periodistas, que reproducimos algunas noticias e ignoramos otras. Es cierto que Ryanair vivió varios incidentes en España, pero también es cierto que otros muchos de otras muchas compañías han sido ignorados, bien porque no se han considerado importantes o, mucho más frecuentemente, porque no ha aparecido el agente interesado que lo cuenta a los medios.
La otra parte de la culpa es de la propia Ryanair y de su consejero, que aceptó crearse una imagen bastante esperpéntica, no sólo pero sobre todo en España. Es normal que quien no tenga interés en conocer la verdad, piense que a la hora de volar uno no debe fiarse de ese señor. Y ahí están las consecuencias. El cambio de política de comunicación de la compañía, nombrando agentes de relaciones públicas en todos los mercados importantes, es un reconocimiento de errores pasados.
La paradoja es que, debido a la influencia de los medios y de la imagen pública que una organización puede llegar a tener, un viajero puede llegar a tener miedo de subir a un avión de una aerolínea que nunca ha tenido un siniestro relevante mientras que, por otro lado, otros pueden volar tranquilamente donde quizás las normas no se siguen a rajatabla. Justamente cuando creíamos que teníamos más información que nunca, cuando pensábamos que ahora sí podíamos llegar a conocer la verdad, los estereotipos siguen rebosantes de salud.
El mismo razonamiento lo podemos aplicar al caso del ébola: podría ser que no haya ningún riesgo, ni el más remoto, para un viajero que venga a España, sin embargo la cuestión no es esta sino cómo percibe ese riesgo, cuánto le preocupa, qué creencias tiene sobre ello. Ay, qué miedo da.
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