‘Vada a bordo, cazzo!’
Jueves, 19 Enero 2012 05:03

Obviamente que no es el bus de la historia pero, había que ilustrar el artículo Obviamente que no es el bus de la historia pero, había que ilustrar el artículo

O en español, ¡Vuelva a bordo carajo!, según La Nación de Buenos Aires, es el grito con que Gregorio De Falco, capitán de la guardia costera de Livorno, le ordenó a Francesco Schettino, el comandante del crucero Costa Concordia, volver a subirse a la nave que naufragó el viernes y es hoy furor en Italia y en el mundo. Quienes alguna vez han experimentado alguna situación parecida, podrán entender el valor de contar, en una coyuntura extrema, con alguien con capacidad de liderazgo y aquellos bien puestos.

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por Sergio Antonio Herrera, @DelPDA en Twitter

No se puede comparar la magnitud de lo sucedido en las costas de la Isla de Giglio, con lo que me tocó vivir personalmente, en la zona de la Picada de Varela, en San José, Uruguay, durante las vacaciones de Primavera de 1972, pero, por algo ese hecho, al leer el ¡Vada a bordo cazzo!, me vino como un flash, a la memoria.

Era una noche de tormenta, pero de tormenta "de aquellas", no le faltaba nada: lluvia en abundancia quasi diluvio, relámpagos, truenos, rayos e íbamos con un grupo de estudiantes del Stella Maris de Carrasco, en dos buses, hacia Villa Carlos Paz.

En el coche que iba adelante, un Mercedes Benz 140, venía conduciendo un chofer de la pequeña empresa de Alberto Varela, del Cerro, quien en ese momento venía como acompañante y yo, como Tour Conductor, sentado en el transportín, iba conversando con el conductor.

De pronto, en la noche cerrada, aparece un sospechoso espejo de agua bastante amplio y del otro lado del mismo, es decir, más adelante en el camino, un auto nos hizo señales de luces.

Pero ya era tarde, el bus se estaba internando en una correntada que anegaba el área referida.

El primero en reaccionar fue Varela, quien desde el primer asiento le gritó a su empleado ¡pisálo, pisálo, no le aflojés! y el chofer haciendo caso pisó a fondo el acelerador y logró lo que indicó el patrón, mantener el coche enhiesto, a pesar de la correntada que casi lo vuelca, lo cual hubiese resultado nefasto, pero con esa acción, lo que hizo fue meterlo en el centro del torrente y de inmediato veíamos o que el bus bajaba o que el agua subía envolviendo a la unidad.

De inmediato, Varela gritó dirigiéndose a los chicos de un promedio de 15 años: ¡todos, sáquense los zapatos, abran las ventanillas y suban al techo!. Casi de inmediato todo el grupo estaba sobre el techo del Mercedes y los que demoraron más, fueron el profesor (bastante veterano) que viajaba con su esposa,pero finalmente lograron encaramarse a la parte superior.

Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, comprobé que no había hecho caso a Varela dado que aún tenía puestas mis ostentosas (y pesadas) botas de cuero de chancho, españolas, flamantes, que había estrenado para ese viaje y estaba, parado sobre el marco de la ventanilla de la primera fila y agarrado del techo del bus. Yo también subí. En segundos, el agua llegaría a pasar el nivel de las ventanillas...

Aún fumaba, sentado en el techo, junto a los chicos, decidí encender un cigarrillo y fue el último del paquete a pesar que estaba lleno; el resto "voló", en el convite forzado.

Habían chicos que querían nadar hacia lo que suponíamos la orilla, en la oscuridad de la noche y Varela firme volvió a gritar: "¡de aquí no se mueve nadie hasta que nos vengan a ayudar. No sabemos en donde estamos, hay árboles, alambrados, si se tiran al agua pueden quedar trabados en cualquier lado!".

La orilla supuesta, estaba marcada por las luces del segundo bus, cuyo chofer al vernos entrar al agua, pudo frenar a tiempo.

Ya "resucitado", me uní al comando con Alberto y juntos, animamos al grupo a que siguiera cantando como lo venía haciendo en el momento del incidente y salió "la que sabíamos todos": "La Cucaracha"...

De inmediato, organizamos el coro e informamos a los del segundo coche "¡estamos bien, manden botes!".

Sinceramente, cuando oí que pedíamos botes tuve la sensación de estar soñando con una quimera. Era medianoche, en plena tormenta, en medio de la nada. Pero ocurrió el milagro, al rato largo (unas dos horas), aparecieron los botes, con remos y con baqueanos y de a dos y de a tres, fuimos "embarcando" chicos a tierra firme y a pesar que cuando vi el primer bote tuve toda la intención de subirme, pude mantener la calma y junto a los dos choferes, como correspondía, salir en el último.

Si Varela no hubiese hecho lo que hizo, las dos o tres órdenes firmes y en voz alta, seguramente yo no estaría relatando esta historia y el accidente se hubiese convertido en tragedia.

Nos trasladaron de inmediato a la Jefatura de San José, donde habían algunas estufas y creo, algo caliente para beber, quizás té o café. Desde allí organizamos el regreso a Montevideo, desde donde llegó otro ómnibus y también pedimos, a las autoridades policiales, que no se diera la noticia de inmediato para que las familias de los pasajeros no se preocuparan.

Aún tengo grabadas las imágenes de mi recorrida por Carrasco, en el bus sustituto, dejando casa por casa a los chicos, descalzos y las caras de asombro y desconcierto, cuando abrían las puertas de las casas y los veían.

Don Ezzio Bófano, el fundador de Gondrand Viajes, a los pocos días vino a darme un gran abrazo y agradecerme "por salvar a mi hija".

Pero el que nos salvó a todos fue Alberto Varela, el capitán del barco en el que se convirtió el Mercedes Benz 140.

Nos vemos (por suerte).

Portal de América

 

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