Estamos viviendo una coyuntura muy rara, muy poco racional y en cualquier momento, por cualquier causa, en cualquier lugar, se puede armar un lío de aquellos y parece que ello, a quienes tienen responsabilidades, poco les importa.

Ni los argentinos ni los uruguayos querían enfrentarse tan temprano en la Copa pero, una vez que el hecho se consuma y el fixture indica que hay clásico del Río de la Plata el sábado, en ambas orillas comenzamos a vivir esta sensación especial e instransferible que nos depara solamente el fútbol.

Quienes de una u otra manera somos permanentes observadores de la realidad, no nos sorprendemos cuando ante un gran acontecimiento de éstos, comienzan a aparecer las manganetas y las ventajitas que todos sabemos que a nada bueno conducen pero, sin distinción de banderías, de fronteras o de nivel, se han hecho, se hacen y se harán.

Una de las pocas cosas que puede ser el disparador de bronca entre argentinos y uruguayos es precisamente el fútbol.

Por eso, de alguna manera, aunque en realidad nos parece patético que no se le de una cantidad razonable de ingresos a Uruguay, tal vez sea una jugada del destino para asegurar una fiesta en paz.

Tampoco hay que dramatizar, no se termina el mundo porque no se pueda ver en directo a Uruguay, nada menos que contra Argentina. Tal vez sea mejor así.

Quizás el poco número de compatriotas que podrán ingresar al  final,  pueda ver lo que todos hubiésemos querido ver.

Pero lo más importante, por encima de los resultados, sabedores que si se pierde habrá que bancar chanzas y si se gana se podrá disfrutar, lo que importa es la fiesta latinoamericana a través del deporte, una de las expresiones culturales más idóneas para fomentar la fraternidad, a pesar de algunas cabezas huecas, que las hay en todos nuestros países.

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