Dentro de este repertorio de modas estacionales está, más allá de Sitges, la instalación de estructuras inflables gigantes pensadas para entretener a los críos. La manía de ofrecer servicios de feria parece imparable, y de las tumbonas y parasoles o de los chiringuitos (que son el equivalente playero de una buena trinchera en una batalla), hemos pasado a las llamadas camas balinesas y a zonas amenizadas por disc-jockeys. Supongo que la idea es imitar la oferta de algunas playas ibicencas que, al mismo tiempo, querían emular el lujo paradisiaco de las islas tropicales o del Sudeste Asiático. Resultado: en pocos años las playas han pasado de tener una personalidad evolutiva propia, que nos hacía ser conscientes de qué hablábamos cuando hablábamos de una playa, a ofrecer desde amplificaciones de música electrónica hasta esos artefactos pensados para estimular el ocio inflable. Porque en eso el mundo también ha cambiado. Cuando éramos pequeños, el hecho de ir a la playa ya tenía una dimensión mítica que, como máximo, nos obligaba a prever cierto atrezo de palas y cubos (y quizá unos pies de pato y unas gafas para imitar a los héroes de pesca submarina). Pero, ya fuera en Castelldefels o Sitges, en Cunit o Calafell, el paisaje coincidía con una idea simple: mucha agua, mucha arena, mucho sol y mucho tiempo.
Cama balinesa.
El impacto de la naturaleza tenía un valor que se ha pervertido añadiendo elementos y patrocinadores que privatizan el espacio público. Si se volviera a filmar la emocionante última escena de Les 400 coups, de François Truffaut (con la música memorable de Jean Constantin), cuando Antoine Doinel cumple su sueño de llegar a ver el mar, no sabría si mirar el horizonte, los altavoces de música electrónica, los patines aparcados, las motos de agua, los inflables horteras, las redes de voleibol, las masajistas ilegales, los vendedores de mojitos y pareos o la tensión depredadora de los carteristas. El espacio está colapsado y se transforma en una mezcla de bazar y parque temático. Y si no eres usuario de camas balinesas (manchadas) ni tienes ninguna intención de deslizarte por un tobogán parrilla, debes ser consciente de que te has convertido en un anacronismo. Igual que las conchas que, cuando nadie las marea, los niños van recogiendo allí donde mueren las olas.
Portal de América - Fuente: La Vanguardia