Nantucket: suyo fue el mar
Jueves, 08 Diciembre 2011 20:02

Nantucket: suyo fue el mar

Hoy es el refugio discreto de la élite estadounidense. Pero Nantucket, antiguo imperio de la caza de ballenas, tiene mucho más que ofrecer que sus veraneantes.

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por Marta González-Hontoria

 

«Ya estaba resuelto a no darme al mar si no era en un barco de Nantucket, porque había algo hermoso y turbulento en todo lo relacionado con esa isla antigua y hermosa, algo que me atraía de manera extraordinaria». Son palabras de Herman Melville en Moby Dick. El autor basó su monumental novela en esta isla de Massachusetts aunque cuando se publicó, en 1851, nunca había puesto un pie en Nantucket.

Claro que en esa época la isla ya había saboreado la gloria y sus barcos eran, efectivamente, legendarios en todos los mares. Durante cerca de cien años, desde mediados de 1700 hasta 1830, este pequeño pedazo de tierra (22,5 kilómetros de largo por 5,6 de ancho) se convirtió en la capital ballenera del mundo, con cerca de 150 barcos en su puerto dedicados a la caza del cachalote.

Hoy en Nantucket se sigue pescando, y mucho, aunque sus habitantes (15.000 en invierno y 50.000 en verano) son más de golf y playa por el día, y langosta y cóctel por la noche. La isla es el refugio estival de poderos políticos y altos ejecutivos de Estados Unidos (Tommy Hilfiger, el diseñador, y Eric Schmidt, presidente de Google tienen casa aquí, entre muchos otros), sin que su presencia se note descaradamente. Al contrario, Nantucket ha conseguido permanecer fiel a sí misma, y tanto su centro urbano como esos rincones magnéticos de sus silvestres paisajes se conservan como congelados en el tiempo.

Guiño al pasado

Las calles de Nantucket Town están hechas de un tosco empedrado, los pedruscos con los que llenaban las bodegas de los barcos una vez que había vendido la mercancía en ultramar. Las casas de ladrillo rojo son la única excepción en una isla donde todas las construcciones, todas, son de color gris, el que adquiere la madera clara azotada día a día por el viento y la sal del Atlántico Norte.

Otra peculiaridad de la isla es que no hay semáforos. Ni siquiera uno. Ni cadenas de comida rápida, ni malls. Nada de todo eso que se enseñorea de las urbes estadounidenses y el mundo entero. La animada Main Street está jalonada de comercios, pero cada tienda es única, o era, hasta que llegó Ralph Lauren, la única gran firma que ha osado instalarse en la isla.

Una parada obligada es el Museo de la Ballena. Lo encontrará junto a galerías de arte, librerías y tabernas exquisitas del centro. Contiene todo tipo de embarcaciones y artefactos, así como el esqueleto de una ballena gigantesca de 14 metros que cuelga del techo. En la misma calle del museo hay varias tiendas de alquiler de bicicletas, su mejor aliada en la isla.

Infinitas playas

Todas las playas son accesibles gracias a cómodos carriles de bicis. Nada menos que 130 kilómetros de playa, todas de arena blanca y aspecto virgen, festonean Nantucket. Al norte, Dionis, está más recogida; en el sur, Surfside o Cisco ofrecen mareas mucho más fuertes; al oeste, en Madaket, verá los mejores atardeceres; Siasconet, al este, es perfecta para recorrer luego la antigua y pintoresca villa de pescadores del mismo nombre, uno de los tesoros de la isla, con sus asilvestrados jardines y casitas que datan, algunas, del siglo XVII.

En un sólo fin de semana comprobará que Nantucket es una isla que hipnotiza con su luz y esos nombres musicales que provienen de sus primeros habitantes, los indios Wampanoag. De ellos aprendió el hombre blanco el arte del arpón. Sí, Nantucket es uno de los rincones más singulares de la costa este americana. La leyenda chic en este «codo de tierra», como la describió Melville, está servida.

Portal de América - Fuente: www.ocholeguas.com

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