En el complejo entramado de decisiones políticas que definen el rumbo de un país, el turismo a menudo queda en segundo plano en los presupuestos gubernamentales. Las administraciones centrales llegan a argumentar que priorizar la satisfacción de necesidades básicas, como alimentar a los hambrientos, es más urgente que fomentar la industria turística. Sin embargo, esta perspectiva, de neto estilo populista, no se ajusta a la realidad de la contribución sustancial del turismo a la economía.