por Luis Alejandro Rizzi, desde Buenos Aires
Desde luego hay un subdesarrollo mental que es mucho más peligroso que el económico, y es el que no sólo se opone a lo nuevo que genera la ID (investigación y desarrollo), sino que se aferra a formas y modalidades de trabajo ya superadas.
Recordemos que hasta hace unos 50 años en el cockpit de un avión convivían el piloto, el primer oficial, el radio operador, el navegante y el técnico de vuelo, luego ingeniero de vuelo. En la Argentina aún existe el decreto 16130/46, caído en desuso, pero nunca derogado, que reglamenta esas actividades ya desaparecidas. Como es sabido, hoy el cockpit sólo es ocupado por dos pilotos que realizan todas las funciones necesarias para realizar un vuelo seguro.
En el transporte ferroviario, desapareció la función del foguista y en el transporte urbano de buses el cobro del boleto se hace por medios electrónicos.
La evolución también le llegó al servicio de taxis, servicio público impropio que necesitaba una obvia regulación, ya que para ser chofer era necesario tener un conocimiento pleno de la ciudad, una identificación para ser reconocido por el público usuario y el automóvil debía ser controlado periódicamente para que el estado, por medio de la autoridad de aplicación, verifique su nivel de mantenimiento mecánico y de comodidad para el pasajero.
Hoy día el conocimiento de la ciudad y el mejor camino para llegar al destino solicitado se logra mediante el uso del GPS, que además impide que el chofer pueda manipular el precio del viaje o usar un recorrido más largo, que en la jerga significa “pasear al pasajero” para cobrar más dinero.
En cuanto al control vehicular, hoy todo automóvil debe ser sometido a verificaciones técnicas y la comodidad del vehículo es controlada directamente por el usuario, que a través de las distintas plataformas se le pide la calificación del chofer y la comodidad del vehículo.
Lo mismo ocurre con la generalización de la obligación para contratar seguro contra terceros y pasajeros transportados.
El pasajero además cuando hace el respectivo pedido de un automóvil a la aplicación disponible, es informado sobre la patente del vehículo, el nombre del chofer y el tiempo que demorará su arribo al lugar solicitado.
Todo esto es fruto de la nueva tecnología que crearon estas aplicaciones que no han suprimido el servicio de taxi, sino que lo han mejorado y perfeccionado en beneficio no sólo del pasajero, sino del chofer que tiene mayores garantías de seguridad ya que ante la duda sobre el pedido lo puede rechazar.
Días pasados me decía personal de un hotel que el 70% de los extranjeros usan Uber o Cabify para sus desplazamientos, y en su defecto remis, solo unos muy pocos piden un taxi tradicional.
Es curioso que las mismas fuerzas políticas que reclaman al gobierno mayores presupuestos para educación, investigación y desarrollo, a su vez propongan medidas para impedir la aplicación del fruto de esas actividades. Y que un gobierno que se considera diseñador de lo que se llama “Nueva política” adhiera a esas conductas cavernarias.
Desde luego hay excepciones, y la Provincia de Mendoza aceptó el uso de estas aplicaciones que son resistidas, por ejemplo, en la propia ciudad de Buenos Aires.
Hoy no tiene sentido que el estado cobre un derecho para prestar el servicios de taxi, el precio de la respectiva licencia, como es sabido la entrega de nuevas licencias está suspendida y ello generó un mercado de venta o transferencia de licencias que ya no tiene razón de ser.
La tecnología cambió la naturaleza del servicio y facilitó el ingreso de cualquier persona que tenga un auto y disponga de tiempo ocioso para prestar el servicio de “taxi”.
Dice Yuval Harari: “Pero en el siglo XXI apenas podemos permitirnos la estabilidad. Si intentamos aferrarnos a alguna identidad, trabajo o visión del mundo estables, nos arriesgamos a quedar rezagados mientras el mundo pasa zumbando por nuestro lado” (21 lecciones para el siglo XXI” pag. 291.)
Es obvio que admitir libremente el uso de estas aplicaciones sería uno de los tantos modos de facilitar el turismo receptivo.
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