En ese libro Patricia Faur dice “que los medios de comunicación se relamieron repitiendo hasta el cansancio las escenas más tenebrosas que poblaron las pesadillas y el insomnio de la mayoría de los habitantes.”
Esa difusión generó que el futuro fuera sinónimo de peligro, cada uno de nosotros podíamos ser protagonistas de ese “tenebrosismo”.
No dudo en afirmar que hubo un abuso de información y que ese abuso tuvo consecuencias, tengamos en cuenta que el mundo se detuvo, pero de golpe y la inercia nos amontonó en una desesperanza inédita.
Ese abuso señala una falencia cultural que fue la de convertir un episodio de la vida, la llamada pandemia, en algo absoluto y fatal.
Decía un maestro del periodismo que contrariamente a lo que se cree, el periodismo no tiene capacidad para condicionarnos en “cómo pensar”, pero sí tiene un tremendo poder para hacernos pensar en uno o más temas excluyentes. Eso pasó con “la peste”.
Llegamos a estas celebraciones de fin de año, diría con una sensación de indefensión, las nuevas cepas de “la peste” nos amenazan y parecería que esa nueva oportunidad a la que hacíamos referencia en el copete, se podría frustrar antes de nacer.
Quiero decir que no estamos con el mejor ánimo, nos sentimos vulnerables como si en algún momento nos hubiéramos creído inmortales.
Sin embargo, así como el inconsciente mantiene ocultos hechos de nuestra vida que uno quisiera que no hubieran ocurrido, también esconde el sentimiento esperanzador.
Estas fiestas de fin de año deberían ayudarnos para rescatar desde esta sima espiritual en la que nos hemos sumergido, el valor de la esperanza, que no es más que ponderar el valor de la vida.
La Navidad simboliza ese renacer permanente que es la vida y el nuevo año es como una senda amigable que nos invita a transitarla, dependerá de nosotros convertirla en oportunidad.
Nos encontraremos desde Colón, Entre Ríos, allí pasaremos la Navidad.
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