por Patricia Osuna
Es imposible no sucumbir al sortilegio de esta «urbe hechicera» como la definió Fernando Savater, filósofo y donostiarra de pro. Sin necesidad de artificios, le basta con el esplendor de su belle époque, la historia de su Parte Vieja, la genialidad de su cocina y la belleza de su bahía para encandilar al más escéptico.
1. La playa de la Concha

Andar sin prisas. Es la única consigna para disfrutar del paseo marítimo con la barandilla más fotografiada del mundo y el arenal urbano más bonito de la cornisa cantábrica. Esta bahía donde incluso en los días más desapacibles se pueden ver bañistas en sus aguas, está acotada a un lado por los jardines de Alderdi-Eder y elAyuntamiento (antiguo Gran Casino del siglo XIX) y, en el otro, por el palacio de Miramar. La Concha no sería La Concha sin lastermas de La Perla (hoy convertidas en moderno centro de talasoterapia) o el histórico Hotel Londres. Nosotros, además, sentimos debilidad por el pequeño Hotel Niza, negocio familiar de los Chillida donde es muy recomendable su desayuno con tostadas y vistas al mar.
2. Peine del Viento

A continuación de la Concha, en un extremo de la playa de Ondarreta, se alza este poema en acero, roca y agua de mar. Obra de Eduardo Chillida, las tres esculturas de acero cortén ancladas en los roquedos se muestran sensibles a los cambios de luz y mesan los vientos cantábricos. Mientras, las olas bufan bajo la explanada de granito haciendo resonar los orificios afinados por el compositor Luis de Pablo. Si la consigna en la playa de la Concha era caminar, aquí toca quedarse quieto, a merced de las corrientes.
3. El Casco Viejo

La esencia de San Sebastián se condensa en su centro histórico, más conocido comoParte Vieja. Un dédalo de calles adoquinadas que contrasta con el más moderno Ensanche, levantado sobre marismas y arenales en el siglo XIX. En definitiva, un ying y yang arquitectónico que ha hecho de Donostia una de las ciudades más elegantes y hermosas de Europa. La Parte Vieja, peatonal y bulliciosa, ostenta con orgullo su antigüedad: aquí se encuentra la basílica de Santa María del Coro (patrona de la ciudad) con su cruz de Chillida, la plaza de la Trinidad con sus casas del siglo XVI, la iglesia de San Vicente (el edificio donostiarra más antiguo), laplaza de la Constitución con sus balcones numerados (como mandaban los cánones taurinos) y el renovado mercado de La Bretxa, con espectaculares pescaderías.
4. Monte Urgull

No solo para admirar el centro de Donostia, la isla de Santa Clara y la bahía se sube a la cima del monte Urgull. Que también. Este peñón rodeado de agua fue durante siglos el baluarte de San Sebastián, con un inexpugnable castillo de la Mota (hoy de acceso gratuito) y baterías como la de Santiago. Aunque para rincón con encanto, el del cementerio de los Ingleses, símbolo romántico del incendio y saqueo de las tropas anglo-portuguesas en 1813. A los pies del monte, el Paseo Nuevo es el lugar al que los donostiarras acuden para admirar las olas de más de 10 metros que llegan con las mareas. Y donde la escultura Construcción Vacía de Jorge Oteiza mantiene un diálogo perpetuo con el Peine del Viento de Chillida.
5. Monte Igeldo

Otro monte, esta vez el de Igeldo. Hay que coronarlo en elfunicular rojo —el más veterano de Euskadi, inaugurado en 1912 por la reina María Cristina— y desde su cima admirar las mejores vistas de la ciudad y de la isla de Santa Clara. ¿Preparado para un acto de piratería sentimental? Aproveche el ascenso a Igeldo para visitar su pequeño parque de atracciones, tan minúsculo y decadente como arrebatadoramente nostálgico. Recomendamos dar una vuelta en la Montaña Suiza (cosas de Franco, que decretó que no podía ser rusa) y una incursión de lo más naïve en el Río Misterioso (ojo con el cocodrilo).
6. Vida cultural

La agenda de Donostia es pura efervescencia durante los 12 meses del año: música clásicapor aquí, cine internacional por allá (cuyo festival, con más de 60 años de historia, tiene su epicentro en los dos cubos acristalados del Kursaal), el mejor jazz resonando en la recoleta plaza de la Trinidad, la programación de teatro y danza del rehabilitado Teatro Victoria Eugenia... Y museos como el de San Telmo, reinventado con acierto por los arquitectos Nieto y Sobejano en el convento neorrenacentista de los Dominicos. Merecida, por tanto, la nominación como Capital Europea de la Cultura 2016 que San Sebastián compartirá con la polaca Wroclaw.
7. Gastronomía

Nada hay más donostiarra que acodarse en sus míticas barras, pasearlas un par de veces con la mirada y comenzar a devorar sus pintxos. Sin contención. Y convenientemente regados con txacolí, zuritos o una buena copa de tinto. La hermandad apostólica del santo pintxo se concentra básicamente en una calle, la de Fermín Calbetón y aledaños (31 de agosto, plaza de la Constitución...). Aquí van algunas direcciones para paladares neófitos: A Fuego Negro (mini hamburguesa Makcobe with txips, bakalaoenkarbonao, black rabas), Atari (ojo a sus huevos a baja temperatura), La Cuchara de San Telmo, el Bar Martínez(calabacín relleno de centollo) y Astelena (croquetas de pistacho y solomillo a lo pobre). Luego está la Gastronomía con mayúsculas, la de sus restaurantes con estrellas Michelin (Aquelarre, Berasategui, Arzak), la del innovador Basque Culinary Center(centro docente que ofrece competitivos menús degustación al mediodía) y las propuestas del nuevo proyecto de promoción de la cocina vasca, Euskadi Gastronomika.
8. Pueblos costeros

Quien se quede con ganas de brisa marinera puede seguir su rastro por la costa tomando la carretera que, desde el centro de Donostia, discurre paralela al mar (S-2 y N-634). Ahí estánZarautz y su larga playa de fina arena. Getaria con el famoso ratón y los aún más afamados asadores de pescado. La villa marinera de Zumaia, que emerge entre acantilados y marismas. Mutriku o, hacia el este, Oiartzun, antigua población cuyos alrededores están llenos de restos de la Edad del Hierro y minas romanas. Hondarribia, un lugar de fronteras con uno de los cascos antiguos más bonitos y una de las mejores muestras de arquitectura popular y palaciana de todo el País Vasco. O, ya hacia el interior, Astigarra, meca de la sidreria artesana y natural de enero a abril (el resto del año se consume, pero embotellada).
Portal de América - Fuente: www.ocholeguas.com