Yungas, el lado verde de Jujuy
Domingo, 15 Junio 2014 20:01

Yungas, el lado verde de Jujuy
Rara belleza: las Yungas son conocidas también como nuboselva o bosques nublados. En la Argentina representan una de las mayores reservas de biosfera. Para sus habitantes son fuente de vida, ya que proveen agua que mantiene el caudal de los ríos, arroyos y humedales. 
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por Fabiana Scherer

Trastorna. Eso dicen en Humahuaca de Abra de Zenta, el paso milenario que se alza a 4600 metros y por el que el desierto puneño se trastorna en la Yunga, un festín de verdes y nubes que aparecen en el paisaje como por arte de magia. Eso se dice en la quebrada jujeña, una noche a cielo abierto que sirve de preámbulo a la travesía.

Combi blanca. Entre cumbias, clásicos noventosos y algún que otro reggeaton comienza el recorrido. La tierra árida marca el andar de la camioneta que por momentos se sacude como un viejo juego de parque de diversiones. La bolsa con hojas de coca está lista para quien la necesite, la señal del celular desaparece. La subida se hace sentir en toda su inmensidad, con sus paisajes, con su seco soplar, sus cactos y cardones. Escarpadas laderas alertan hasta el más intrépido y ofrecen dignas imágenes de postal. No hay cámara que se resista ante tanta belleza.

Cuesta arriba, entre lagunas que resguardan el agua de lluvia que se tiñe de colores según la posición de sol y el tornasolado que se plasma en las serranías del Hornocal, emergen dos poblaciones originarias: Aparzo y Palca de Aparzo, a 3644 metros de altura. Habitantes huidizos, dispuestos a alejarse del intruso, con pasos pequeños y ligeros entre vicuñas, ovejas y vacas que parecen atontadas ante el cielo que simula aplastarlas.

La inmensidad del paisaje parece no tener fin y frente a él se hacen eco las frases de la copla que habla del habitante de estas tierras: No te rías de un colla que está en la frontera, pa'lao de La Quiaca, o allá en las alturas del Abra de Zenta. Y aquí estamos, en el punto más alto del camino, por encima de las nubes que adormecen en los cerros y dibujan volcanes esponjosos. En Abra de Zenta, el paso por el que el desierto puneño se trastorna en bosques nublados, en Yunga, en la cara húmeda y verde de Jujuy. A lo lejos y de cara a un camino zigzagueante se asoman retazos de verdes que irán adhiriéndose al paisaje.

Tras cinco horas de trayecto, en el descenso al pastizal de neblina, conocido como el Portal de las Yungas, los cerros muestran trazados de cultivos y las vacas coquetas lucen vinchas tejidas al crochet y aretes de coloridas plumas, Santa Ana (3332 metros) da la bienvenida. Allí nos reciben Gabriela Apaza (57) junto a David Zapana (52), su marido y el padre de sus tres hijos. Gabriela y David construyeron el hostal en su casa. Habitaciones que recorren el mismo patio donde unas patas de cabras cuelgan del tendedero y se secan al sol para la fiesta de la Pachamama.

No fue fácil para los lugareños de Santa Ana aceptar una hostería en sus tierras: aún hoy ante la llegada de los visitantes suelen esconderse y esquivar las cámaras que buscan retratar a esos hombres y mujeres de montaña, ellos con sus ponchos y ellas con coloridos rebozos. Fue en 2000 cuando David decidió dar el paso. "Estuvimos un tiempo en Mendoza trabajando, fuimos turistas allá -dice con cierta picardía-. Y cuando volvimos nos dimos cuenta de la necesidad del viajante. No había nada. Llegaban mochileros y no tenían dónde quedarse. Ni siquiera les hablaban. Así que dijimos de hacer algo acá, en la que fue la casa de mis padres."

Conscientes de que Santa Ana es el Portal de la Yungas, tal el nombre de la hostería, y que poco a poco se está posicionando como un destino alternativo de la región noroeste de la Argentina, Gabriela y David (como el resto de los entrevistados) se sumaron a la propuesta de la Asociación de Turismo Comunitario Las Queñoas (A.Tu.Co.Que), una red de turismo rural de base comunitaria que ayuda a administrar emprendimientos y a ProYungas, el grupo que ofrece capacitación y planificación de herramientas financiera y de desarrollo local.

"El mayor problema que tenemos es la comunicación -reclama David-. Acá no hay señal de celulares, tampoco tenemos Internet. En el pueblo hay un teléfono público, con suerte alguien lo atiende, toma nota y te pasa el mensaje."

"Como lo que pasó con ustedes, que llegaron y nosotros nos enteramos un ratito antes", se excusa la mujer. A pesar de las corridas, Gabriela y David, criollos nacidos y criados en Santa Ana, no pierden la paciencia y todo lo solucionan con una sonrisa. Con esa misma sonrisa, Gabriela dice orgullosa que forma parte de una cooperativa de mujeres artesanas llamada Puya Puya, en honor a una flor de la montaña. "Somos 27 mujeres. Yo hago bordados de flores. Otras hacen pulseras, trenzas, diferentes cositas que ya empezamos a vender."

Al atardecer una nube se posa sobre Santa Ana, todo se cubre de un grisáceo capaz de hacer desaparecer lo que nos rodea. Nos espera una caminata por el Camino del Inca, uno de los recorridos mejor conservados de América latina a lo largo de los casi 23.000 kilómetros de las rutas incaicas, hasta llegar a Valle Colorado. La espesa niebla hace que David nos acerque con la camioneta hasta el paraje Las Cortaderas (2776 msnm), un punto del camino. De allí en adelante y con las mochilas a cuestas se inicia el trayecto de más de seis horas por el bosque montano, donde las bajas nubes envuelven al caminante con su suave llovizna y como por arte de magia, como una la mismísima puerta de Narnia, la Puna deja de existir para transformarse en la nuboselva, un paisaje de profundos verdes, cascadas y cactos que se esconden entre coloridas flores para decir, al más desprevenido, sí, esto también es Jujuy.

La respuesta a este trastornar se debe a que la cordillera oriental detiene por el Este las masas de vapor acuoso que vienen del Chaco, con alto grado de humedad, y quedan estancadas en este espacio, cambiándolo todo. Es maravilloso ser testigo de este cambio, donde el viento seco deja de soplar para dar paso al sonar del agua. Bienvenidos a las Yungas, vocablo que aparentemente tiene su origen en la lengua runa shimi y que significa valle cálido. Así llamaban los incas a la región y así la conocieron los españoles a su llegada a Perú.

"Las Yungas son -tal como explica el ecólogo, experto en biodiversidad y desarrollo sustentable, Dr. Alejandro Brown, presidente de la Fundación ProYungas- un ecosistema natural marcado por la exuberancia de su vegetación y la diversidad de animales que albergan. Un sistema en el que el hombre y la naturaleza han coexistido por miles de año, y esto es lo que lo hace tan único, porque el hombre ha dado lugar a un paisaje cultural modelado. Además de ser uno de los sistemas naturales más diversos de la Argentina."

Colorada, poco a poco la tierra se va a tornando de ese tono, como aquella que dibuja los paisajes misioneros. Rojos y más rojos, la tierra mojada lo mancha todo, sendas empedradas dominadas por alisos y queñoas sirven de entrada a Valle Colorado que está en el mismísimo corazón de la Reserva de Biosfera de las Yungas (así declarada por la Unesco en noviembre de 2002, en el marco del programa MAB -siglas en inglés de El hombre y la biosfera-, con el encargo de ensayar formas de armonizar la conservación de los recursos naturales con el bienestar de las comunidades humanas).

Poco a poco, en el andar, el paisaje se completa con casas de adobe que se levantan unas tras otras, con burros echados en el camino y algún que otro chancho sujeto a algún árbol. Por esas mismas calles angostas también se ven los hombres y las mujeres que en su vestir conservan algunas tradiciones. En la puerta de la iglesia evangélica están Martina Calapeña (59), con su rebozo y su amplia pollera, y Gregorio Flores (57), con poncho y sombrero. Sonríen y se muestran felices al saber que nos hospedaremos en su casa. El matrimonio lleva 35 años juntos y es pionero en brindar alojamiento a los que se acercan a la ladera. El lugar es conocido como Hospedaje El Paraíso, y cuenta con dos habitaciones extras para los visitantes, donde se comparten baños y espacios comunes con los dueños de la casa.

En el living, un televisor encendido. En la mesa, unas tortillas al rescoldo preparadas por la dueña de casa acompañan el mate que comenzó a pasar de mano en mano.

Cerquita de la casa, el matrimonio tiene una finca donde siembra un poco de todo. "La tierra es bastante buena, así que tratamos de aprovecharla -reconoce don Gregorio-. Cebolla, ajo, maíz, papa, habas, zapallo, cayote, choclo, yacón. Con lo que sembramos, la señora hace jaleas."

Inmersa en su mundo, Zulema (15), la menor de los seis hermanos, es la única que vive en Valle Colorado. El resto está repartido en diferentes localidades y provincias, como sus dos hermanas mayores, a las que extraña muchísimo (una se instaló en Tucumán, donde estudia Psicología, y la otra, en Córdoba, donde cursa Medicina). A diferencia de su mamá, Zulema viste típica ropa de adolescente. "Hoy las chicas ya no quieren vestirse así, como yo. No les gusta. Quizá cuando sea un poco más grande cambie el buzo polar por un rebozo", dice en un tono esperanzador Martina, con el sombrero cargado de cintas de colores y flores que ella misma le cose.

Las malas noticias se apoderan del televisor y Gregorio, como quien observa un mundo apocalíptico, mira a los que estamos sentados alrededor de la mesa como si fuéramos auténticos sobrevivientes. "Qué peligros hay en la cuidad, te matan hasta para robarte el celular", dice, y se concentra en la imagen de la tele que muestra a una mujer al borde de las lágrimas.

Con la mochila nuevamente en los hombros partimos rumbo a Valle Grande. Tres horas de camino entre nogales, ceibos, cedros y enmarañadas cortinas de lianas que componen un bosque exuberante que se deja atravesar por ríos y lagunas. En Valle Grande nos montamos a un viejo colectivo que fue parte de la línea urbana en la provincia de Tucumán. Se trata del transporte que diariamente une Libertador con Valle Grande (nexo entre las tierras altas y la selva) y todas las localidades que se esconden en los alrededores.

Concentrado en el volante, el chofer de la vieja carrocería muerde en cada curva el borde de los precipicios. Los lugareños miran extrañados nuestra fascinación y bromean mientras mastican coca combinada con bicarbonato: "Ahora le salen alitas (dicen del colectivo) y nos lanzamos a volar". Por el único e irrepetible paisaje se cuelan quebradas, ríos, condoreras y paradas improvisadas donde paisanos suben y bajan para perderse entre verdes y rocas.

En la misma entrada a San Francisco los teléfonos celulares cobran vida. Después de varios días sin conexión, el mundo que habíamos dejado atrás vuelve a hacerse presente. La comunidad de San Francisco se jacta de haber conseguido a través de ProYungas el acceso a las comunicaciones con la instalación de una antena satelital (donación de la empresa Ledema) para proveer Internet. Otro de los motivos de orgullo en la comunidad es el recientemente inaugurado cajero automático frente a la sala de primeros auxilios, que evitará que los habitantes de cinco localidades (Valle Grande, Pampichuela, Alto Calilegua, San Lucas y Santa Bárbara) que bordean la zona deban trasladarse hasta el departamento de Ledesma para cobrar sus sueldos.

La ubicación de Tía Carola, el hospedaje que dirigen Lucy y Fredy, es privilegiada; desde su loma se ve el pueblo y buena parte de los cerros que la enmarcan. "Nos sentimos muy cerca de las estrellas", dice Lucy, esta mujer que hace de la cocina y del licor de nueces un arte. Hace 32 años que Lucy y Fredy están juntos. Ella era docente y él, mecánico dental, en Ledesma. Tras jubilarse decidió encarar el desafío de Tía Carola. "El año pasado recibimos a más de dos mil personas -dice Fredy-. Lo que nos empuja a seguir ampliándonos."

San Francisco, este pueblo de no más de 500 personas, es un punto de partida hacia varios atractivos naturales y propuestas que incluyen avistamientos de especies como el águila poma y el loro alisero (característico de los Bosques de Aliso). Son en estas mismas tierras donde la leyenda del Ucumar (inspirado en el único oso sudamericano: el de anteojos) se hace eco y cobra vida en la voz de quien la cuente.

Bien cerquita de la obra escultórica que la artista plástica ledesmense Cecilia Espinosa realizó en homenaje a la Pachamama, y que desde 2009 es un símbolo de San Francisco, en el subsuelo del comedor de Jacinto Corimayo se encuentran todas las tardes las dulceras. Desde 2012 y con la ayuda de ProYungas, Victorina Soruco (56) puso manos a la obra a este emprendimiento que involucra a mujeres de la zona. "No sabíamos ni siquiera cómo preparar dulce de naranja -aclara-, pero todas aprendimos y hoy ofrecemos una amplia variedad de sabores." La olla con la fruta se pone bien temprano para que cerca de las 15 den el presente las otras muchachas, entre ellas Herminia (38), hija de Victorina, que a pesar de reconocer que lo suyo es la costura, encontró el placer de ser parte de las dulceras, otro de los emblemas de San Francisco.

La combi nos espera. Destino final: Parque Nacional Calilegua (76,320 ha). Constituye el área protegida más representativa y visitada de la ecorregión de Yungas. Fue creado en 1979, a partir de una donación de tierras de la empresa Ledesma a la provincia de Jujuy, con el fin de preservar un área representativa de la selva. El mismo constituye el ambiente de mayor biodiversidad del país, junto con la selva paranaense, en Misiones. A diferencia de otros parques, el de Calilegua es un promotor del diálogo entre diferentes actores de su área de influencia para la planificación de un desarrollo sustentable. Como bien dice Gabriela, la clave está en que cada uno de los habitantes redescubra su lugar y lo revalorice.

"¿Le gustan las montañas?", pregunta una nena de San Francisco. "A mí también, lo que pasa es que a diferencia de usted, yo estoy acostumbrada a tanta belleza."

Portal de América - Fuente: www.lanacion.com.ar

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