Venecia muere tras una lenta agonía
Lunes, 18 Agosto 2014

Venecia muere tras una lenta agonía
Un cartel luminoso en una farmacia junto al puente de Rialto lleva la triste cuenta de los vecinos que quedan en el centro histórico de Venecia. Son 56.683. A mitad del siglo pasado eran el triple. El turismo de masas desbocado ha robado el alma a la ciudad. Cada año, unos 1.000 venecianos abandonan la laguna y se marchan a vivir a las ciudades.
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por Pablo Ordaz, El País de España

Ha borrado su ecosistema tradicional y la ha convertido en un parque temático que es, a la vez, su sustento y su tragedia. El país de la belleza no acierta a gestionar de forma adecuada los flujos del turismo. Alcanza con ir a las ciudades más visitadas de Italia, Roma y Venecia, para descubrir que sus ayuntamientos no saben o no pueden -o no pueden porque no saben- responder a la proliferación de cruceros y vuelos de bajo costo que se ha disparado en los últimos años. "La gente escapa porque solo hay empleos de camarero o limpiador", explica un empleado municipal. En el centro histórico de Venecia apenas residen unas 57.000 personas de las 174.000 que vivían a mediados del siglo pasado. Los venecianos sostienen que el turismo le robó el alma a la ciudad, y que la verdadera Venecia ya no existe.

Cada día, desde la ventana de su taller de restauración de muebles antiguos, junto al Ponte dei Barcalori, al lado del teatro de La Fenice, Bruno Rizzato escucha a los gondoleros repetir una y otra vez que en el palacio de enfrente vivió Wolfgang Amadeus Mozart durante el carnaval de 1771, cuando solo tenía 15 años. Los turistas asienten y disparan sus cámaras fotográficas ante una placa de mármol blanco que, desde 1971, recuerda al "muchacho salzburgués" que convirtió la música en "purísima poesía".

-Pues es mentira. Se trata de un falso histórico. En realidad fue aquí donde vivió Mozart. Si no me cree, vaya al conservatorio. Allí se guardan aún las cartas que su padre le escribió a esta dirección. Pero las autoridades, tal vez porque se equivocaron o quizás porque aquel edificio es más bonito, colocaron allí enfrente la placa con motivo del bicentenario. El caso es que los periódicos publicaron el error, pero, como es natural tratándose de Italia, allí se quedó la placa y aquí sigo yo, escuchando cada día, una y otra vez, la mentira repetida en todos los idiomas. Otra más de las mentiras en que se ha convertido Venecia.

Bruno Rizzato es el último de una estirpe de restauradores venecianos que se remonta a 1880. Se sabe una especie en extinción. No tanto por su oficio de restaurador de antigüedades -"aunque ahora la gente prefiere los muebles de Ikea, todo blanco y cristal"-, sino por su linaje veneciano. "La explotación salvaje del turismo de masas", sostiene, "le ha robado el alma a la ciudad. En la zona de Rialto, hace 20 o 30 años, vivían venecianos que vendían a otros venecianos el pan, la verdura, el pescado, y talleres donde se ofrecía artesanía auténtica -collares de cristal de Murano, máscaras hechas a mano según las enseñanzas de padres y abuelos- a viajeros que sabían lo que compraban y lo que debían pagar por ello. Aquella Venecia ya no existe. No sabe cuánto lo siento, pero ha llegado usted 40 años tarde. Todos aquellos negocios fueron cerrando y en su lugar abrieron tiendas de bisutería para el turismo. Venecia se ha convertido en Disneylandia. Un parque temático donde, al precio de un euro, unos chinos venden a otros chinos máscaras venecianas fabricadas en China".
Los nuevos dueños.

Es un discurso amargo, resignado, que atraviesa los 455 puentes que unen entre sí las 118 islas de una ciudad que, a mediados del siglo pasado, contaba con 174.000 residentes y que ahora apenas llega a los 57.000. Son los últimos mohicanos del amor incondicional a la belleza, ahora sitiada, de Venecia. Sus nuevos dueños, un ruidoso ejército formado por 24 millones de turistas al año, marchan de la mañana a la tarde desde el puente de Rialto a la plaza de San Marcos agrupados detrás de un banderín -o de un paraguas abierto, o de un osito de peluche, o de un bastón desplegable con un moño rojo en la punta-, con el tiempo imprescindible para tomar unas cuantas fotografías, comprar una máscara auténticamente falsa y regresar deprisa y corriendo a la nave o al autobús que les aguarda al otro lado del resbaladizo puente de Calatrava.

Algunos operadores incluyen en el circuito turístico un "inolvidable paseo en góndola por los canales". Se pueden observar entonces filas interminables de turistas -de preferencia asiáticos- que van embarcando en las góndolas del atracadero de Bacino Orseolo, justo a la espalda de San Marcos, sin apenas descanso, como si se subieran a un carrito de la noria o a una de esas atracciones que sortean cataratas de pega en los parques acuáticos. Al pasar por enfrente del taller de restauración de Bruno Rizzato, el gondolero de turno les señalará una lápida de mármol y les dirá: "En este palacio de aquí pasó unos días el joven Mozart…"
El principio del fin.

Los venecianos sitúan el principio de su propio fin en las inundaciones del 4 de noviembre de 1966. Los puntos más bajos de la ciudad quedaron sepultados bajo metro y medio de agua. Unas 160.000 viviendas -situadas en las primeras plantas de palacios centenarios- fueron consideradas inhabitables. Muchos de los que se tuvieron que marchar de Venecia -"hacia tierra firme", dicen aquí- lo hicieron pensando que era de forma temporal. La mayoría nunca regresó. Desde entonces hasta ahora, Venecia ha perdido a la mitad de sus habitantes, pero nadie culpa del éxodo al acqua alta -las mareas que siguen anegando las partes bajas de la ciudad decenas de veces al año-, sino a la desidia de quienes, desde los despachos oficiales, tendrían que haber velado por que los venecianos regresasen para que la ciudad no perdiese su identidad. Un cartel luminoso colocado en el escaparate de la farmacia Morelli, junto al puente de Rialto, ofrece diariamente el parte de bajas de una guerra perdida. La última cifra, rojo neón sobre negro futuro, es de 56.683.

-¿Cree que Venecia puede morir?

- Venecia ya está muerta.

Tiziana Terzi habla con conocimiento de causa. Es la dueña de la funeraria Pavanello, en el distrito de Cannaregio, una de las zonas más bellas de Venecia -valga la redundancia- y menos golpeada por el turismo de aluvión. "Digo que está muerta", se explica Tiziana, "porque ya no existe la verdadera Venecia. Los oficios, los negocios, los artesanos, los vecinos que se ayudaban entre sí en una ciudad bellísima, tal vez la más bella de todas, pero también incómoda, sobre todo para las personas mayores. Antes, bajabas de tu casa y no hacía falta cruzar más de dos puentes para encontrar la panadería, la frutería, el carnicero. Cualquiera ayudaba a la abuela del segundo a subir la compra en una ciudad sin ascensores. Ahora eso ya no es posible porque vivimos entre extranjeros, rodeados de gente que no conoces. Nos hemos visto obligados a cerrar todos los negocios porque han puesto los alquileres imposibles. El turismo desbocado ha matado el ecosistema de esta ciudad. Cada vez que un anciano muere, también se muere un poco más Venecia, porque su lugar no será ocupado por un veneciano más joven, sino por un turista".
"Un turismo que no siente nada del perfume"

Hablar con Susanna Bressan en el interior de su taller de disfraces y de vestuario, proveedor de teatros y óperas de todo el mundo, es sumergirse en un pasado esplendoroso. "El problema de esta ciudad no es el turismo ni los turistas", intenta poner el dedo en la llaga, "sino el tipo de turismo y la respuesta que nuestros gobernantes son capaces de dar. La ausencia de itinerarios precisos, de un circuito cultural que alguna vez se intentó y fracasó, de una educación ciudadana que empieza por poner papeleras en las calles, nos ha llevado a encontrarnos con lo que tenemos ahora: un turismo que, después de una semana de recorrer Italia, puede decir que ha estado en Roma, en Florencia y en Venecia, pero que en realidad no ha sentido nada del perfume, del espíritu que esta ciudad, como las otras, puede representar.

Nos quejamos del turismo, pero ¿qué le ofrecemos nosotros? En ninguna parte del mundo he visto esta pasividad, en ningún lugar dejan que las grandes naves de los cruceros entren hasta el corazón de la ciudad, poniendo en peligro un pasado que es nuestra única riqueza; en ningún país es tan palpable la indolencia".

Panorama

Cada año, unos 1.000 venecianos abandonan la laguna y se marchan a vivir a las ciudades dormitorio, entre las que Mestre (170.000 habitantes) es la que absorbe más población. Otro dato es que en los últimos años, más de 700 apartamentos del centro histórico fueron transformados en pensiones con desayuno para turistas. "Muchos esperan a que se muera la abuela para alquilar la casa o convertirla en bed and breakfast; los venecianos somos una especie cada vez más rara en nuestra propia ciudad", asegura Michele Gottardi, profesor de Historia en la Universidad Ca` Foscari. "La gente escapa porque los únicos trabajos que ofrece la ciudad son de recepcionistas, camareros o para hacer la limpieza en los hoteles", añade Bruno Fillippini, asesor municipal sobre políticas de residencia, "mientras que hace solo unas décadas eran los artesanos del mármol, la piedra, el oro o el bronce los que sostenían la economía de Venecia". El sonido del trabajo fue sustituido por el de una maleta de ruedas andando trabajosamente entre los puentes.

Portal de América - Fuente: www.elpais.com.uy

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