por Javier Mato

Sin embargo, en Magaluf nada ha cambiado. Nada es nada, salvo que la temporada ha concluido. Ni siquiera se ha admitido que había un problema y que ese problema no son los turistas sino que es el producto que se ofrece. Algún empresario parece reconocer que se ha llegado demasiado lejos, pero tampoco parece que esta creencia sea dominante.

Al mismo tiempo que nos presentan la situación de Magaluf como superada, sin haber hecho absolutamente nada, Xescu Prats, un colaborador de Diario de Ibiza, escribía que la situación en el ‘west end’ de Sant Antoni, en Ibiza, es exactamente igual que la de Magaluf. La única diferencia, indica con toda la razón, es que aún no ha aparecido un vídeo que se haga viral y que trascienda públicamente. Cuenta el caso de una familia de turistas cuyo padre fue agredido salvajemente por estas hordas de borrachos y que, lleno de heridas y sobre todo de miedo, estuvo tres días en su hotel con sus hijos esperando la hora de su vuelo de regreso, sin atreverse a salir a la calle. Tal es el ambiente que los vecinos han organizado manifestaciones contra el ayuntamiento, pidiendo más seguridad y más controles. Pese a ello, nada ha ocurrido. Otro caso de exceso de alcohol, droga, desenfreno, ausencia de límites y de autoridad.

¿Sólo tenemos dos ‘magalufs? No, por supuesto. Los hay en la Costa Brava, en la Blanca y, con menor estridencia, en ciertos puntos aislados de Canarias. Pero como no han salido en los medios, los ignoramos.

Ni en Magaluf ni en Sant Antoni ha cambiado nada. En el primer caso porque nos hemos limitado a hacer unas promesas que más bien parecen una declaración de intenciones que no pasará de ahí y, en el otro, porque deben de estar rezando para que Sant Antoni no sea noticia, a ver si todo puede seguir igual. Obviamente, nada de esto ocurre porque sí. Aquí hay dos problemas abrumadores que explican este desastre: por un lado, nadie ejerce un papel de líder en el turismo, por lo que las cosas van como la inercia permite que vayan. Y, segundo, porque tampoco sabemos qué hacer con un producto que hemos dejado llegar a niveles intolerables.

No tener liderazgo significa que aquí nadie tiene una idea de qué tipo de turismo queremos tener. Partimos de que nos mienten con el diagnóstico y todo lo demás viene por añadidura. ¿Tiene futuro un tipo de turismo así? ¿Podemos dedicarnos a la escoria social y esperar que no pase nada? Nadie tiene una postura clara, lo cual significa que se impone la de los intereses empresariales más momentáneos. El indicador de esta ausencia de norte se vio en Magaluf tras el escándalo del “mamading”: descubrimos que hacía tres años que nadie inspeccionaba. No digamos qué se puede deducir del hecho de que el jefe de la Policía pudiera haber actuado bajo presión de ciertos empresarios. Realmente, nadie que visite estas zonas necesita conocer la trastienda: es más que evidente que aquello es territorio sin ley. Lo ven las televisiones británicas cada vez que hacen un reportaje en hora punta. Aquello es noticia porque no existe ningún otro lugar del mundo con el que se pueda comparar, pero por lo malo. Y no es que no tengamos leyes, es que no tenemos autoridad.

El segundo problema es que tampoco sabemos qué hacer con este producto, si es que se le puede llamar así. Nos hemos especializado en recoger el detritus social de los países ricos, y ahora estamos atrapados en esta dinámica. Pero esto no es de hoy. Lo de Sant Antoni y lo de Magaluf es conocido, viene de antiguo, lleva años ocurriendo. Tiene mucha gracia el Ayuntamiento de Calvià que ahora dice que va a hacer un bulevar para arreglar las cosas, como si el problema fuera que no tiene un bulevar. Es patético escuchar a los responsables decir que “la venta ambulante cayó un 80 por ciento” en este año. Podrían decirnos que cayó el 123 por ciento que daría lo mismo. Todo es inverosímil.

El primer problema de estas zonas turísticas es que tienen una imagen asociada a la basura; que esa imagen ha sido creada a través de muchos años, reincidiendo en lo mismo; el segundo es que la infraestructura es tan cutre como el cliente, con algunas excepciones, especialmente en Magaluf, donde algunas cadenas hoteleras están llevando a cabo algunas inversiones prometedoras. Pero el corazón de la zona sigue siendo de los sesenta, horroroso hasta el exceso.

¿Cómo se reconstruyen estas zonas? Nada se puede hacer si partimos de la idea de hacer como que hacemos, de tapar, esconder, engañar. Por ejemplo, un gobierno serio no puede ignorar que Sant Antoni está exactamente igual que Magaluf, pero sin los titulares de prensa. A partir de mirar la realidad tal cual es, podremos abordar el cambio. Y ese cambio exige una transformación radical sobre el terreno, real, tangible, tras el cual puede venir la promoción. Lo de esta World Travel Market, en la que anunciamos un cambio de imagen sin que nadie se haya molestado siquiera en hacer una limpieza a fondo de unas calles que huelen a orín y alcohol, es patético.

Eso sí, hemos puesto unos anuncios en la prensa. ¿En qué país? En Gran Bretaña, precisamente donde no ha habido cancelaciones; en cambio no nos anunciamos en Escandinavia, donde sí ha habido varios touroperadores que abandonaron Magaluf.

Portal de América - Fuente: www.preferente.com