por Laura Cano, Condé Nast Traveler

Una mujer en Icaria, Grecia.Laura Cano

Siempre, en cualquier lugar del mundo un taxi te llevará a tu destino y estará sonando la misma canción, suele ser una de los noventa, Crowded House o Lisa Stanfield. Como una eventualidad mágica de la globalización, el True Blue de Madonna se puede escuchar indistintamente en Esmirna, Massachussets o en un pueblo de Cáceres, algo anómalo que siempre me hace sonreír, y, aunque habría apostado a que Nikos nos iba a amenizar el trayecto con el sirtaki de Zorba, es Madonna la única que ha logrado colarse en la emisora de la isla, aunque ningún icariote la identificaría si la viera en persona. El hombre canturreaba contento, a descompás y reduciendo el palillo a la mínima expresión. Me asomé a la ventana; atravesábamos un paisaje de jaras, tomillo y arbusto sobre unos impresionantes acantilados.

EL ICARIOTE IMPOSIBLE

Independiente de Grecia durante cinco meses en 1912, fue Icaria, debido a su posición estratégica entre Asia y el Egeo, la isla griega más rebelde de todas. Durante la dictadura de los coroneles se convirtió en el destino preferido de los comunistas desterrados y fue finalmente la guerra entre el Imperio otomano y la Liga de los Balcanes la que la reintegró en la administración helena.

En Icaria reinó durante muchos años la economía del intercambio de bienes, de manera que cuando alguien necesitaba algo recurría a sus vecinos. Las gentes de la isla siguen siendo tranquilas y confiadas, la apertura de los comercios normalmente coincide con la hora en la que despierta el dueño y difícilmente encontrarás a alguien a la hora de la siesta. Si entras en una tienda de dueño ausente puedes coger lo que necesites y depositar el dinero en las huchas que a veces emplazan para este fin sobre el mostrador. Es un destino tan seguro que en el pueblo de Christos Rachon ni siquiera hay policía.

Casa de Stella en Icaria, Grecia.Laura Cano

Fue Icaria el modelo inspirador de sociedad utópica de Étienne Cabet en *__Viaje Por Icaria, __*donde se habla de la poca importancia del dinero para los isleños. “Disfrutar con lo que se tiene, en la antigüedad se les despojaba a los extranjeros de dinero para no contaminar a los lugareños. En Icaria nada se compra y nada se vende”–se puede leer en sus páginas.

En Icaria hay un alto porcentaje de nonagenarios y un considerable segmento de la población sobrepasa los 100.  Sin duda, también la dieta es un elemento determinante de la famosa longevidad. Muchos vegetales, poca carne, vino casero, miel de brezo, aceite de oliva y lácteos producidos con leche de animales del lugar son los alimentos que más consumen. Por la tarde los lugareños sacan las sillas a la calle y se quedan charlando. En primavera y verano celebran sus fiestas tradicionales, las Panigira, donde cualquier ocasión es aderezada con un vasito de vino tinto robusto, el Pramneios. Giannis nos cuenta que lleva más de 70 años bailando en las fiestas de la isla. Ya tiene 105. A veces no hace falta nada más.

MAGGANITIS

A pesar de las opciones de alojamiento que nos ofrece la isla decidimos quedarnos en Magganitis, en una casa típica que regenta Stella, nuestra anfitriona. La entrada al pueblo es impresionante ya que hay que atravesar un túnel excavado entre los imponentes bloques de granito. Hasta ese momento el lugar permaneció aislado. El planteamiento urbanístico del pueblo es muy sencillo: una iglesia de piedra construida sobre los escarpados acantilados y apenas 150 habitantes en un pintoresco lugar de casitas encaladas y empinadas cuestas.

Icara, Grecia.Laura Cano

Stella regaba el patio con la manguera, hay algo de olor a verano en el agua que se se recalienta al sol sobre el cemento. Los gatos se desperezan perezosamente acurrucándose para la siesta y una ligera brisa hace sonar las cortinillas de diminutas cadenas. Stella cuenta su historia, en 1953 había emigrado a probar suerte a Detroit y estuvo durante muchos años en Packard, en una cadena de montaje de chasis de automóviles, pero cuando cerró la fábrica decidió no perder más el tiempo en la civilización, echaba demasiado de menos su remota isla. La conversación es interrumpida por Artemisa, una amiga de Stella que ronda los 90 años y sube con sorprendente agilidad la cuesta, la misma en la que nosotros tenemos que parar al menos tres veces a tomar aire. “Todos los que se van de Icaria, acaban volviendo”,–dictamina Stella retomando su relato.

Todas las mañanas bajamos a Seychelles, una paradisiaca playa apodada así por sus cristalinas aguas. Una furgoneta llena de polvo para en seco a nuestro lado, una señora acalorada y sonriente nos hace aspavientos con las manos para que subamos: “¿Seychelles?”– pregunto desde abajo.  –“Ναί!” – exclama ella. Subimos e intentamos comunicarnos con gestos para agradecerle el favor, pero llegamos pronto a nuestro destino.

Además de Seychelles, que se formó cuando se abrió el túnel, la playa de Firodi en Magganitis es frecuentada por muchos bañistas. Firodi fue una reina que fue enterrada allí según la tradición local.

Playa en Magganittis, Icara, Grecia.Laura Cano

El pintoresco puerto de Magganitis, conocido como “Sirtiko”, es un refugio para las pequeñas embarcaciones y caiques de los habitantes locales. Los visitantes pueden disfrutar del bar restaurante y de la taberna del puerto que tiene vistas al mar. Entramos y un hombre con nariz aquilina y pantalones cortos nos saluda con un farfullo inteligible, entretenido como estaba colocando cascos de vidrios en los agujeros de las descoloridas cajas de bebida. En el techo traquetea a duras penas un viejo ventilador cenital y en las paredes una estampa de San Nicolás pende torcida de una chincheta junto una vieja fotografía de Dukakis en su tanque. En un cartel de pizarra se anuncia el plato del día “Taberna Apostolis- Ikarian Soufiko” y un reloj sin pila se detuvo a las dos. Porque nadie en la isla presta atención a las horas.

Las paredes rezuman humedad y un par de moscas se estrellan furiosas contra el cristal de la ventana, el lugar posee la característica atmósfera de los lugares contemporáneos que mantienen largos idilios con el pasado. Sin preguntar, el tabernero nos sirve dos limonadas de una jarra de la barra y unos trozos de Kathouritsa, el queso de cabra de la isla. Nos sentamos en el patio, junto a unos ancianos que juegan al ajedrez mientras degustamos el aperitivo. Es tal la afición de los lugareños por este juego que tienen hasta festival de ajedrez en la isla.

Taberna en Icaria, Grecia.Laura Cano

Por las tardes aprovechamos para recorrer la isla. Es imperdible; degustar *__Loukoumádes, __*una especie de donut griego, en el Monasterio de Theoktistis al norte de la isla, bañarte en la cala de Nas, Yialiskari o la del pueblecito pesquero de Armenistis, pasear por el puerto de Evdilos o sumergirte en Ayios Kyrikos, las aguas termales en la costa sureste a los que muchos también atribuyen propiedades rejuvenecedoras.

Los amantes del senderismo y de la naturaleza están de suerte, el pico Ateras y lo escarpado de su paisaje del interior a la isla harán las delicias de los visitantes más intrépidos.

CÓMO LLEGAR: conexiones directas entre la isla y Atenas servidas por la aerolínea nacional griega Olympic. Existen además trayectos de ferry desde el Pireo hasta los dos principales puertos de la isla (Ayios Kyrikos y Evdilos). Otra alternativa es volar a Samos (que tiene conexiones con el resto de Europa) y desde allí viajar dos horas en ferry.

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