Pero está claro que una guerra es peor que una pandemia. En marzo, las cosas han seguido tan mal, con menos de 80.000 visitantes. En lo que va de año, la caída ronda el ochenta por ciento, para desgracia de los incontables negocios que dependen del turismo.
En febrero y en marzo, una parte importante de las aerolíneas internacionales ya habían vuelto a volar a Israel, sumándose a las tres compañías locales, El Al, Arkia e Israir, que nunca dejaron de operar pese a las dificultades. De las extranjeras, sólo un puñado no habían vuelto a operar a finales de marzo (entre ellas, por cierto, la más importante en vuelos low cost, Ryanair).
Tampoco crean que los residentes en Israel salen al exterior, ni siquiera después de la paulatina normalización de los vuelos. Alrededor de la mitad de los viajeros de febrero y marzo del año pasado han salido en 2024 al extranjero (1.040.600 en este año contra los 1.919.300 del año pasado).
La crisis, por supuesto, es bastante más seria entre los hoteleros que arrastran ahora ya varios años de bajas ocupaciones, primero por la pandemia y ahora por la guerra.
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